TRANSFORMAR LA CULTURA POLÍTICA EN COLOMBIA
Una democracia de calidad con respeto, justicia y vida digna
La democracia en Colombia, como en gran parte de América Latina, se encuentra tensionada entre la aspiración a construir un orden político basado en la justicia social, la participación ciudadana y la garantía de derechos, y la persistencia de prácticas clientelistas, estigmatizadoras y polarizantes que degradan la vida pública.
El ejercicio de la política —entendido en su sentido profundo como el arte de deliberar colectivamente sobre el bien común y organizar el poder para garantizar derechos y ofrecer bienestar— ha sido reemplazado en muchas ocasiones por dinámicas de confrontación que privilegian el odio, la descalificación y la compra de lealtades electorales.
Superar esta cultura política degradada es indispensable para fortalecer una democracia de calidad. Esto implica desmontar los mecanismos de manipulación clientelista, romper con las narrativas de estigmatización y calumnia, y abrir paso a un debate público basado en argumentos, respeto por la diferencia y construcción de un proyecto de país que asegure justicia social, seguridad ciudadana y protección de la vida.
Este ensayo abre un análisis crítico de la cultura política colombiana, revisa antecedentes históricos que ayudan a comprender sus deformaciones, señala los riesgos del modelo electoral actual basado en la guerra de odios, y propone rutas de transformación orientadas a consolidar una democracia más deliberativa, incluyente y respetuosa de los derechos fundamentales.
CONTEXTO HISTÓRICO: RAÍCES DE UNA CULTURA POLÍTICA DEGRADADA
Desde la Colonia y durante la conformación de la República, el poder político en Colombia se concentró en élites que se disputaban la hegemonía en función de intereses particulares, no del bien común. La independencia no trajo consigo una democratización plena, sino la sustitución de unos grupos de poder por otros, manteniendo amplios sectores de la población —campesinos, pueblos indígenas, comunidades afrodescendientes, mujeres— excluidos del escenario político.
Durante gran parte del siglo XIX y el XX, la vida política estuvo dominada por el bipartidismo liberal y conservador. Este modelo, más que abrir canales de participación, se tradujo en confrontaciones violentas. El período conocido como La Violencia (1946–1958) evidenció cómo la política se usaba como justificación para la eliminación física del adversario. El Frente Nacional, aunque logró estabilizar parcialmente el sistema, profundizó la exclusión de alternativas políticas distintas a las tradicionales, incubando la insurgencia armada y debilitando la confianza en la democracia representativa.
La Carta Política de 1991 marcó un avance significativo: reconoció la diversidad étnica y cultural, abrió espacios a nuevas fuerzas políticas y estableció un marco amplio de derechos. Sin embargo, la cultura política no se transformó en la misma medida. Persistieron el clientelismo, la compra de votos, la estigmatización del disidente y la criminalización de liderazgos sociales. Así, la promesa de una democracia participativa quedó incompleta.
LA CULTURA POLÍTICA ACTUAL: ENTRE LA ESTIGMATIZACIÓN Y EL CLIENTELISMO
En la actualidad, la política se vive más como una arena de confrontación personal que como un espacio de deliberación sobre el país. Adversarios son presentados como enemigos y el debate público se reduce a ataques y calumnias. Esto tiene consecuencias nefastas: se alimenta el odio, se erosiona la confianza ciudadana en las instituciones y se legitima la violencia contra quienes piensan distinto. Líderes sociales, defensores de derechos humanos y opositores políticos han sido víctimas de esta cultura del señalamiento, muchas veces con consecuencias mortales.
El clientelismo sigue siendo un rasgo estructural de la política colombiana. La compra de votos, la intermediación de “maquinarias” y la cooptación de instituciones estatales para fines electorales degradan la democracia. Este fenómeno, que opera en múltiples niveles —desde concejos municipales hasta el Congreso—, convierte el voto en mercancía y el acceso a derechos en botín. La política, en vez de servir para garantizar bienestar, se instrumentaliza para perpetuar privilegios.
Los procesos electorales recientes han mostrado un modelo de competencia basado en la polarización extrema. Más que presentar proyectos de país, las campañas se concentran en descalificar al gobierno de turno y movilizar emociones de miedo y odio. Esta lógica sacrifica la posibilidad de construir consensos básicos y convierte la política en una guerra cultural que fragmenta a la nación. La democracia se empobrece cuando los ciudadanos son convocados a votar “en contra de” en vez de hacerlo “a favor de” propuestas concretas.
DEMOCRACIA DE CALIDAD: PRINCIPIOS y HORIZONTES
Para superar esta degradación es necesario avanzar hacia una democracia de calidad. Esto supone:
- 1. Respeto por la diferencia: aceptar que la pluralidad de visiones políticas, ideológicas y culturales es constitutiva de la democracia y no una amenaza.
- 2. Debate argumentado: reemplazar la calumnia y el señalamiento por el intercambio de razones, sustentado en evidencia, respeto y escucha activa.
- 3. Proyecto de país compartido: trascender la lógica electoral inmediata para pensar en un horizonte nacional que garantice justicia social, inclusión y sostenibilidad.
- 4. Garantía de derechos fundamentales: situar en el centro de la política la protección de la vida, la seguridad ciudadana y la dignidad de todas las personas.
En suma, la democracia no puede reducirse al conteo de votos, sino que debe medirse por la capacidad de las instituciones y de la sociedad política para asegurar el bienestar de sus ciudadanos.
CRÍTICA AL MODELO ELECTORAL BASADO EN LA DESCALIFICACIÓN
El modelo actual de competencia política en Colombia y en varios países de la región adolece de una serie de problemas estructurales:
1. Reducción de la política a una campaña permanente
El gobierno de turno es atacado de manera sistemática, sin importar la naturaleza de sus políticas, con el objetivo de desgastarlo y preparar el terreno electoral. Esto impide dar continuidad a proyectos de Estado y genera inestabilidad institucional.
2. Polarización destructiva
Las campañas electorales se han convertido en guerras de odios. Se construyen narrativas de “ellos contra nosotros” que dividen al país en bandos irreconciliables. Esta polarización erosiona el tejido social, deslegitima la política y debilita la confianza en la democracia.
3. Sacrificio de la paz y la tranquilidad nacional
Cuando la política se convierte en un campo de batalla, la paz se sacrifica en nombre de la disputa por el poder. El discurso del odio alimenta la violencia simbólica y, en contextos como el colombiano, puede traducirse en violencia física.
4. Desconexión con las necesidades ciudadanas
En lugar de discutir soluciones a problemas urgentes —como la inseguridad urbana, la crisis ambiental, el desempleo o la pobreza—, las campañas giran en torno a la destrucción del adversario político. Esto aumenta la desafección ciudadana y la apatía electoral.
5. Reproducción del clientelismo
La guerra de odios es funcional al clientelismo: mientras el debate público se centra en ataques y descalificaciones, las maquinarias operan silenciosamente comprando votos y capturando el aparato estatal.
RUTAS DE TRANSFORMACIÓN DE LA CULTURA POLÍTICA
Superar este escenario requiere un esfuerzo integral que involucre instituciones, partidos, ciudadanía y sociedad civil. Algunas rutas son:
1. Reformar el sistema electoral y de partidos
- Implementar mecanismos de financiación pública más estrictos que reduzcan la dependencia de recursos privados y clientelistas.
- Fortalecer los partidos como espacios de deliberación programática y no solo como maquinarias electorales.
- Establecer sanciones efectivas contra la compra de votos y las prácticas corruptas.
2. Fomentar la educación ciudadana y política
- Incorporar en el sistema educativo procesos de formación en cultura democrática, derechos humanos y pensamiento crítico.
- Promover campañas pedagógicas que visibilicen la importancia del voto libre y consciente.
- Reconocer y potenciar iniciativas comunitarias de educación popular que fortalecen el tejido democrático desde abajo.
3. Regular el discurso político y mediático
- Establecer códigos éticos para campañas electorales que limiten la difusión de calumnias y noticias falsas.
- Fortalecer los medios públicos y comunitarios como espacios de debate plural.
- Responsabilizar a líderes políticos y comunicadores por el impacto de sus discursos de odio.
4. Garantizar seguridad y protección de la vida
- Asegurar que liderazgos sociales, opositores políticos y defensores de derechos humanos puedan ejercer su labor sin temor.
- Vincular la seguridad ciudadana a un enfoque de derechos humanos, alejándola de la mera represión.
5. Promover acuerdos básicos de país
- Convocar a distintos sectores políticos, sociales y económicos a construir pactos mínimos: respeto por la vida, garantías electorales, justicia social y sostenibilidad ambiental.
- Inspirarse en experiencias internacionales de diálogo nacional, pero adaptarlas al contexto colombiano.
IDEAS FUERZA A MANERA DE CIERRE
Transformar la cultura política en Colombia es un desafío urgente y estratégico para consolidar una democracia de calidad. No se trata únicamente de ajustar instituciones, sino de modificar las prácticas, discursos y valores que configuran la vida pública. La política debe dejar de ser el terreno del odio, la calumnia y el clientelismo, para convertirse en el espacio de la deliberación respetuosa, el debate argumentado y la construcción colectiva de un proyecto de país incluyente.
La crítica al modelo electoral basado en la descalificación del gobierno de turno y la guerra de odios no implica negar la importancia del control y la oposición, sino subrayar que este debe ejercerse con responsabilidad, argumentos y propuestas. La democracia se empobrece cuando se reduce a un pleito permanente y se enriquece cuando logra articular diferencias en torno a propósitos comunes.
Colombia tiene ante sí la oportunidad histórica de superar una cultura política degradada y avanzar hacia un horizonte de paz, justicia social y dignidad. Este camino exige voluntad política, compromiso ciudadano y una ética del respeto por la diferencia. Solo así será posible pensar la política como lo que verdaderamente es: el arte de ejercer el poder para garantizar derechos y ofrecer bienestar y tranquilidad a todos los ciudadanos y ciudadanas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario