!!! ADIOS A LA U.N...!!!
Carta de despedida a la Universidad Nacional de Colombia.
La vida universitaria constituye, para quienes hemos transitado por sus aulas, laboratorios, bibliotecas y pasillos, una experiencia vital que marca de manera indeleble nuestro ser, nuestro pensar y nuestro hacer.
La Universidad Nacional de Colombia, en mi caso, no fue simplemente un lugar de estudio o de trabajo: fue un hogar intelectual, un espacio de construcción ética y un territorio de luchas, aprendizajes y contradicciones. Hoy, al despedirme de esta institución que me vio crecer como estudiante, docente, investigador y extensionista, lo hago cargado de gratitud, pero también con el peso crítico de quien reconoce que toda historia tiene luces y sombras.
Este texto es, por lo tanto, una carta académica de despedida: un documento que recoge mi reconocimiento hacia la Universidad por haberme permitido formarme como profesional en el área de la educación y la docencia, realizar estudios de maestría y doctorado en Historia, desarrollarme como docente-investigador y llevar la universidad a las comunidades a través de la extensión solidaria. Pero también es un análisis crítico frente a las prácticas administrativas y políticas que han deteriorado la legitimidad institucional.
Ingresar a la Universidad Nacional representó, desde el inicio, el encuentro con un horizonte de pensamiento crítico que rompió las fronteras de la educación convencional. Allí me gradué como profesional en educación y docencia, consolidando un perfil académico que se amplió con los estudios de maestría y doctorado en Historia. Estos posgrados no fueron únicamente un ascenso en la escalera académica; fueron, sobre todo, espacios de reflexión sobre la memoria, la identidad, los conflictos armados y las luchas sociales de nuestro país.
Cada seminario, cada tutoría y cada debate con colegas y profesores dejaron huella en mi manera de concebir la enseñanza y la investigación. En la Universidad Nacional aprendí a leer la historia no solo como cronología, sino como campo de disputa política y cultural.
Convertirme en docente-investigador de esta universidad fue un privilegio y una responsabilidad. No se trataba únicamente de transmitir conocimientos, sino de abrir horizontes, estimular la curiosidad crítica y acompañar a nuevas generaciones en el camino de la construcción intelectual. Desde la docencia, entendí que enseñar no es repetir contenidos, sino problematizar la realidad y desde allí, en el día a día, ayude a formar generaciones de profesionales íntegros.
En paralelo, la investigación me permitió vincular la teoría con las problemáticas sociales. Desde la dirección del Departamento y el Área Curricular de Ciencias Políticas, y al frente de la Unidad de Investigaciones Jurídico-Políticas “Gerardo Molina”, encontré un espacio para articular esfuerzos colectivos en torno a la reflexión crítica sobre el Estado, la democracia, la justicia y los procesos de paz.
Un capítulo esencial de mi trayectoria fue la extensión universitaria, concebida no como simple transferencia de saber, sino como un ejercicio de solidaridad con las comunidades. Llevamos el pensamiento crítico de la universidad a territorios golpeados por la desigualdad y el conflicto, y a la vez trajimos a la universidad las voces, saberes y resistencias de esas comunidades. Este diálogo transformador reafirmó mi convicción de que la universidad debe ser nacional no solo en nombre, sino en misión: debe ser un espacio abierto al país profundo.
La institución supo, en distintos momentos, reconocer mi trabajo a través de distinciones como la Medalla al Mérito Universitario y la Academia Integral Meritoria. Estos honores no fueron para mí un triunfo personal, sino un reconocimiento a la labor colectiva de estudiantes, colegas y comunidades que hicieron posible cada proyecto.
Entre los hitos de mi trayectoria destaco la confianza depositada en mí para ser cofundador de la sede Orinoquia, contribuyendo a la descentralización y democratización del conocimiento; el liderazgo en el Centro de Pensamiento y Seguimiento al Proceso de Paz, donde acompañamos críticamente los diálogos entre el Gobierno y las FARC, aportando análisis y propuestas; y el impulso a redes académicas que fortalecieron el vínculo entre la universidad y la nación.
No obstante, este recorrido no me impide despedirme con un sentimiento crítico frente a la deriva administrativa que ha corroído el espíritu institucional de la Universidad Nacional.
He sido testigo de cómo algunas facultades han sido capturadas por prácticas de corrupción, clientelismo y nepotismo que desdibujan la misión académica. La falta de autoridad moral de ciertas administraciones se esconde tras discursos justificatorios vacíos, carentes de ética y de legitimidad real. Esta situación ha debilitado la capacidad de la universidad para responder a los desafíos de la sociedad colombiana, ha privatizado y empresarializado la universidad al servicio de pequeños grupos de profesores de planta.
La legitimidad de una universidad no se mide únicamente por sus rankings o acreditaciones, sino por la coherencia entre sus principios y sus prácticas. Lamentablemente, la complacencia de administraciones pusilánimes, temerosas de confrontar intereses creados, ha erosionado esa legitimidad. Se ha permitido que la política universitaria se convierta en escenario de negocios particulares más que en espacio de construcción académica.
Mi crítica no es un ajuste de cuentas personal, sino una denuncia ética. La universidad que me formó en pensamiento crítico no puede ser indiferente ante la corrupción y la mediocridad. Callar sería traicionar los valores que aprendí en sus aulas. Por eso, me despido agradecido con la institución y con desprecio hacia aquellas administraciones que, con su cobardía, han empañado su grandeza.
Hoy cierro un ciclo en la Universidad Nacional de Colombia al hacer efectivo mi derecho a la pensión. Me voy con la satisfacción de haber entregado lo mejor de mí como estudiante, docente, investigador y extensionista, y con la convicción de que mi compromiso con el país continuará en otros espacios de trabajo junto a las comunidades.
Soy, sin lugar a dudas, 100% hijo de la misión académica e institucional de la Universidad Nacional, y a ella debo gran parte de lo que soy. Pero también me reconozco como un crítico de sus falencias, porque amar una institución no significa idealizarla, sino exigirle coherencia.
En adelante, seguiré construyendo desde el pensamiento crítico, desde la pedagogía transformadora y desde el compromiso con la paz y la justicia social. Me voy íntegro, coherente y agradecido
La Universidad Nacional de Colombia me dio las herramientas para ser un intelectual comprometido y un profesional íntegro; me permitió aprender, enseñar, investigar y extender el conocimiento a las comunidades; me reconoció con honores que atesoro como símbolo de confianza. Pero también me mostró, en sus contradicciones internas, la necesidad de mantener una mirada crítica frente a las estructuras de poder que intentan capturarla.
Agradezco profundamente a la universidad, a sus estudiantes, colegas y comunidades. Pero no puedo dejar de señalar mi repudio hacia las administraciones que, con su pusilanimidad y corrupción, han debilitado la grandeza de esta institución.
Me voy con gratitud y con crítica, con memoria y con esperanza. Porque despedirse de la Universidad Nacional no es abandonar un espacio físico: es llevarla conmigo como parte inseparable de mi ser, con el compromiso de seguir honrando su misión en cada palabra, en cada acción y en cada proyecto que emprenda al servicio de la nación y de las comunidades menos favorecidas.
CARLOS MEDINA GALLEGO
Historiador- Analista Político
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