CONFLICTOS GLOBALES: IDEOLOGÍAS PRECARIZADAS, CREDOS EMPOBRECIDOS E INTERESES ECONÓMICOS INFLADOS
La conflictividad mundial contemporánea no puede entenderse únicamente a partir de explicaciones clásicas como la pugna entre potencias, la disputa geoestratégica por territorios o la defensa de identidades religiosas. La dinámica del siglo XXI revela un escenario más complejo: la precarización de las ideologías políticas, el empobrecimiento de los credos religiosos en términos éticos y sociales, y la inflación desmesurada de los intereses económicos que colonizan tanto la política como la espiritualidad. Esta tríada configura un terreno fértil para la alienación de las sociedades, la proliferación de guerras de intereses y la polarización identitaria.
El presente ensayo analiza críticamente este fenómeno, mostrando cómo la política se ha convertido en un negocio, cómo las iglesias y los credos de toda índole se han instrumentalizado como mecanismos de acumulación y poder, y cómo los intereses económicos —convertidos en dogma neoliberal global— han corroído los fundamentos de la vida colectiva.
Finalmente, se plantean algunas recomendaciones para superar la “estupidez ideológica y religiosa” que perpetúa los conflictos y abrir paso a una práctica política comprometida con los derechos fundamentales, la justicia social y la democracia.
I. LA POLÍTICA COMO NEGOCIO: DEL CONTRATO SOCIAL AL CONTRATO MERCANTIL
Las ideologías políticas clásicas —liberalismo, socialismo, conservadurismo— surgieron en contextos históricos de transformación radical (Revolución Francesa, Revolución Industrial, luchas obreras del siglo XIX). Constituían sistemas de pensamiento que ofrecían interpretaciones del mundo y proyectos de futuro. Hoy, en cambio, asistimos a su precarización: más que proyectos colectivos, se han convertido en mercancías en el mercado electoral.
En América Latina, los populismos de derecha e izquierda apelan a símbolos y consignas históricas, pero lo hacen vaciados de contenido y orientados a campañas de consumo masivo. En Europa, partidos nacionalistas y ultraderechistas instrumentalizan la identidad cultural mientras pactan con corporaciones financieras. En Estados Unidos, la política bipartidista se ha transformado en un juego de lobby permanente, donde el financiamiento empresarial determina agendas legislativas más que las demandas sociales.
La política como negocio se expresa también en la corrupción institucionalizada. Casos como el “Lava Jato” en Brasil, el financiamiento ilícito de campañas en Colombia, o el papel de las farmacéuticas y petroleras en la política estadounidense, muestran cómo el poder público se reduce a una extensión de intereses privados. El ciudadano deja de ser un sujeto político para convertirse en consumidor o cliente.
La política internacional no escapa a esta lógica. Las guerras contemporáneas en Irak, Siria, Afganistán o Libia no pueden entenderse sin la mediación de intereses petroleros, de control de rutas comerciales o de reposicionamiento en mercados globales. Incluso la “guerra contra el terrorismo” ha servido como plataforma de negocios para el complejo militar-industrial estadounidense, cuyos beneficios crecen a medida que se prolonga la conflictividad.
II. IGLESIAS Y CREDOS COMO NEGOCIO: LA MERCANTILIZACIÓN DE LA FE.
Históricamente, las religiones ofrecieron marcos de sentido para comprender la vida, enfrentar la muerte y organizar comunidades. Sin embargo, en el contexto contemporáneo, muchos credos han sido cooptados por lógicas de mercado. La “teología de la prosperidad” en América y África, por ejemplo, convierte la fe en una transacción económica: quien da más diezmos recibe más bendiciones.
En sociedades desgarradas por la pobreza y la incertidumbre, esta narrativa ofrece ilusiones inmediatas de salvación, pero a cambio reproduce sistemas de dominación. La espiritualidad se subordina a la lógica empresarial: pastores convertidos en empresarios, megaiglesias como corporaciones multinacionales, y un discurso que sustituye la ética del cuidado por la ideología del consumo.
El fenómeno no se limita al cristianismo evangélico. El fundamentalismo islámico, las sectas neopentecostales, el integrismo católico o los cultos New Age funcionan como identidades cerradas, dispuestas a confrontar al “otro” en nombre de la verdad. Esta perversión identitaria alimenta guerras culturales y conflictos armados, donde la fe sirve como legitimación de violencias.
En Medio Oriente, el islamismo político ha sido manipulado tanto por elites locales como por potencias extranjeras para sostener conflictos interminables. En Estados Unidos y Brasil, las alianzas entre iglesias evangélicas y partidos políticos han legitimado agendas conservadoras contra derechos de minorías sexuales y de las mujeres.
Las iglesias no solo influyen ideológicamente, también participan directamente en la economía. Propiedades, exenciones tributarias, negocios mediáticos y vínculos con partidos convierten a las religiones en actores económicos y políticos de primer orden. En algunos países de África, iglesias pentecostales son de los mayores propietarios de tierras y medios de comunicación. En Colombia, su poder electoral ha sido decisivo en plebiscitos y elecciones presidenciales.
III. INTERESES ECONÓMICOS INFLADOS: EL MERCADO COMO RELIGIÓN DEL SIGLO XXI
La caída del bloque soviético en 1991 consolidó el neoliberalismo como ideología dominante. Pero más que ideología, el neoliberalismo se ha convertido en religión secular: predica la mano invisible del mercado, la competencia como motor de progreso y la privatización como solución universal. En este marco, los intereses económicos se inflan al punto de determinar la política, subordinar la cultura y modelar incluso la espiritualidad.
Los conflictos bélicos actuales están íntimamente ligados a corporaciones transnacionales. Empresas armamentísticas como Lockheed Martin, Northrop Grumman o BAE Systems dependen de la prolongación de guerras para sostener su rentabilidad. Empresas energéticas se benefician de la desestabilización de regiones productoras de petróleo o gas. Incluso las tecnológicas participan en la economía de guerra con sistemas de vigilancia y ciberseguridad.
El capital financiero ha colonizado todas las esferas de la existencia: salud, educación, vivienda, pensiones. La financiarización no solo concentra la riqueza en élites globales, sino que genera frustración social al transformar derechos en deudas. Esta dinámica inflada de intereses económicos es combustible de conflictos sociales, migraciones masivas y estallidos urbanos.
IV. CONFLICTOS GLOBALES COMO GUERRAS DE INTERESES E IDENTIDADES
La convergencia de ideologías precarizadas, religiones empobrecidas e intereses inflados genera un fenómeno de polarización creciente. La sociedad se aliena al enfrentarse bajo banderas ideológicas vacías o dogmas religiosos manipulados, mientras los verdaderos beneficiarios son las elites económicas y políticas.
Ejemplos abundan: en Ucrania, el conflicto combina aspiraciones nacionalistas con la pugna económica entre Occidente y Rusia. En Palestina, la lucha por el territorio se reviste de argumentos religiosos mientras corporaciones se benefician de la industria bélica. En América Latina, las guerras culturales (aborto, género, derechos LGBTIQ+) polarizan a la población y distraen del debate sobre desigualdad y concentración de la riqueza.
El concepto de “identidad perversa” refiere a la instrumentalización de rasgos culturales, religiosos o ideológicos para legitimar la violencia y la exclusión. La construcción del enemigo —el hereje, el comunista, el terrorista, el inmigrante— sirve para cohesionar artificialmente comunidades y justificar políticas represivas. Estas identidades perversas se alimentan del miedo y la desinformación, expandida hoy a través de redes sociales y algoritmos digitales.
V. RECOMENDACIONES PARA SUPERAR LA ESTUPIDEZ IDEOLÓGICA Y RELIGIOSA
Es indispensable rescatar el sentido de la política como construcción de lo común. Esto exige fortalecer los partidos como espacios programáticos y no como maquinarias clientelistas, promover la participación ciudadana y combatir la corrupción estructural. La transparencia en el financiamiento electoral y el control ciudadano sobre los recursos públicos son medidas básicas.
Las religiones deben volver a su dimensión ética y comunitaria. En lugar de la “prosperidad individual”, urge un discurso de solidaridad, justicia y dignidad. Las comunidades de fe que trabajan en derechos humanos y construcción de paz son ejemplos de cómo la espiritualidad puede contribuir al bien común.
El Estado debe recuperar su capacidad reguladora frente al mercado. Esto implica gravar a las grandes fortunas, prohibir el lobby corporativo en decisiones políticas, y garantizar la provisión pública de derechos básicos como salud, educación y vivienda. La economía no puede seguir inflándose como esfera autónoma al margen del bienestar social.
Superar la alienación requiere formar ciudadanía crítica. La educación debe fomentar la lectura de la historia, el análisis de los medios y la reflexión ética. Igualmente, se necesitan medios de comunicación independientes que cuestionen las narrativas dominantes y abran espacio a voces marginadas.
La mejor vacuna contra totalitarismos y autoritarismos es una democracia robusta, sustentada en justicia social. Reducir la desigualdad, garantizar derechos fundamentales y asegurar la participación real de las mayorías no es solo un imperativo ético: es la condición para prevenir guerras de intereses y polarizaciones destructivas.
IDEAS FUERZA A MANERA DE CIERRE
Los conflictos globales contemporáneos no son meramente choques de civilizaciones ni luchas entre ideologías fuertes. Más bien, son el resultado de la precarización ideológica, el empobrecimiento de los credos religiosos y la inflación desmesurada de intereses económicos que colonizan la política y la espiritualidad. La política se ha convertido en negocio, las religiones en empresas y la economía en dogma absoluto.
Esta convergencia genera polarizaciones e identidades perversas que alienan a las sociedades y prolongan guerras de intereses. Sin embargo, no estamos condenados a esta deriva. Recuperar la política como proyecto colectivo, reconfigurar las religiones hacia el cuidado, limitar los intereses corporativos, fortalecer la educación crítica y consolidar una democracia con justicia social son caminos posibles para superar la estupidez ideológica y religiosa que tanto daño ha causado a la humanidad.
CARLOS MEDINA GALLEGO
Historiador- Análisista Político
Referencias
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