lunes, 27 de enero de 2020









Partido FARC, transformar la cultura política para seguir tras los sueños…

CARLOS MEDINA GALLEGO
Docente Investigador
Universidad Nacional de Colombia
Centro de Pensamiento y Seguimiento al Proceso de Paz


Como analista del conflicto armado, pero sobre todo como defensor del proceso de paz y de lo que el acuerdo significa en las posibilidades de la trasformación de las causas estructurales del conflicto y la ampliación y profundización de la democracia, no deja de preocuparme la compleja situación por la que atraviesa actualmente la dinámica política  interna de la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común FARC, como partido político en el ámbito de la institucionalidad democrática.

Sin el ánimo de entrar en discusión con nadie y solamente de llamar la atención sobre aspectos que son relevantes en la construcción exitosa del partido político FARC,  que,  a la larga,  es el único doliente “militante” del acuerdo de paz con el gobierno del presidente Juan Manuel Santos, y que en esta etapa de estancamiento y desmonte del gobierno, encabezado por el Presidente Iván Duque Márquez y la coalición liderada por el partido Centro Democrático, requiere de las mayores fortalezas y acompañamientos sociales, ciudadanos, políticos y académicos, me permito presentar algunas análisis e ideas que puedan ayudar a construir una atmosfera de unidad y desarrollo organizativo[1].    

1.      La implementación es un campo de disputa con repercusiones políticas

Un lugar de discusión y debate en el desarrollo político organizativo de las FARC, gira alrededor de los logros de la implementación del acuerdo que tiene distintas y contrapuestas miradas y que, va configurando de una u otra manera matices y grupos que se articulan en las identidades interpretativas y las abanderan y presentan desde sus propias perspectivas críticas del proceso.  La valoración del proceso de implementación puede conducir a errores según la manera como se presente,  como se resalte lo positivo o lo negativo de la implementación y no la implementación como un campo en disputa que es la mejor manera de leerlo; en el caso de algunos dirigentes de FARC, esa no ha sido la óptica y eso puede llevar a que unos engrandezcan los problemas y otros lo minimicen, no necesariamente mostrando la complejidad del proceso y, es ahí, donde puede haber diferencias que tratadas de manera inadecuada puede hacer un gran daño a la organización y generar como se están produciendo significativas disidencias política que no necesariamente retoman el camino de la guerra.

La implementación es un proceso que en términos del acuerdo está planteado por lo menos para una o dos décadas y, como todo proceso, está sujeto a conflicto y a contradicciones, a disputas y a incumplimientos. Por eso es necesario leerlo como un campo de disputa y unificar fuerzas y solidaridades en favor de la implementación y, evitar por todos los medios,  que surjan la “desilusión”, el sentimiento de “engaño” y de “traición”, que aniquilan toda iniciativa y conducen a reacciones equivocadas que se toman más desde las emociones que desde la razón práctica. 

El acuerdo señala un marco de actuación, siempre y cuando se den unas reformas políticas previstas en él. Ahora cuando las reformas no se dan en los términos en que estaban previstos desde luego que se da una afectación fundamental. Pero no se puede reducir los avances de la implementación, ni a los desarrollos normativos o a las políticas públicas y las disposiciones institucionales que permiten la implementación, sino que hay que hacer un esfuerzo de análisis más complejo, que incluye lo que podía llamarse “efectos imperceptibles”.  Cuál es el efecto de un acuerdo de paz, más allá de lo que diga el acuerdo propiamente dicho.  Hay un efecto imperceptible que, tiene una traducción en los resultados electorales.  En el país hay unos acumulados de descontento, de cansancio, de inconformidad, de falta de horizonte político diverso y alternativo que no se habían expresado de manera clara por el desarrollo del conflicto armado y que al disminuir esté, el acuerdo genera unas condiciones políticas nuevas que posibilitan fenómenos relevantes en el campo de la lucha social, institucional y electoral. La movilización social generada a partir del 21N, hace parte de esos efectos imperceptibles, la inconformidad social y ciudadana retorno a las calles y retomo sus propias agendas reivindicativas y de lucha.  

Desde luego la calidad de los procesos de implementación define la calidad de los entusiasmos y los compromisos en el ámbito de la lucha política y/o siembran los escepticismos en la misma. Es, por esta razón tan importante, necesario tener unas expectativas de éxito incluso en el marco de un fracaso significativo.

Siendo importante el acuerdo como elemento cohesionador para la lucha y la disputa institucional, lo que está de por medio, más allá del acuerdo, es la existencia o no de la organización como actor político transformador, que es donde se va a centrar la ofensiva institucional contra el nuevo partido y contra su dirigencia, dentro de una estrategia perversa de judicialización creciente y criminalización que busca inhabilitarlos de forma permanente a través del miedo y la muerte política. A esta ofensiva externa es contraproducente sumarle las rencillas y las enemistades internas trabajadas incorrectamente en el escenario de los desarrollos político-organizativos.      

Contra el miedo y el dolor interno

La decisión audaz de salirle al país, de fortalecer el proyecto político, construir tejido social, más allá de la base guerrillera, sin enfrentarse con las bases que se tenían en los territorios, ni presionar los movimientos sociales y los liderazgos que influenciaba FARC y, que no acompañaron a FARC electoralmente y, después del congreso, tomaron distancia en razón que esos territorios hay tantas estigmatización, odio y deseo de venganza, otros actores armados operando, que no les resulta fácil ponerse a consideración publica para ser reconocidos bajo la denominación de FARC.

La reflexión es que la posibilidad de conectar allí con las poblaciones se está perdiendo, porque no hay como responder a una cosa que es legítima que es el dolor, la zozobra, la incertidumbre de futuro, la falta de seguridad y en general todo lo que está pasando en los territorios después de la dejación de las armas y durante la implementación y, esa situación no se transforma en lo inmediato, sino que es de tiempo largo. Esas son realidades que no se pueden esquivar. 

El proceso implica la construcción de un partido político a través del cual se pueda tener acceso a los procesos formales del Estado en el sistema de partidos y en el régimen electoral, pero que no se queda allí, sino que se comprometa también en participar e influir en la formulación de políticas y debates públicos a nivel local y nacional, a través de movimientos sociales, asociaciones campesinas, movimientos de trabajadores y estudiantes, de viviendistas, ambientalistas y mujeres, entre otros grupos y movimientos,  así como la creación de sus propios medios de comunicación y educación y, proyectos de desarrollo territorial y social. Todo eso está por darse y no se va generar solo, requiere de un partido organizado, unido, solido, que sepa tratar sus contradicciones internas, que este abierto a la crítica y dispuesto a ser con otros.

Hay que derrotar el miedo y el dolor del incumplimiento y espantar el fantasma de la traición para que pueda llevar la luz suficiente que permita ver con claridad el estado actual de la organización y la realidad de los caminos por recorrer.
 
 Transformar la cultura política para seguir tras los sueños.

Todo el proceso de transición de la guerra a la política legal tiene grandes retos organizativos y demandan de la trasformación de la cultura política de las FARC, conforme se ha demostrado a lo largo de este periodo de conflicto y aprendizajes:

Primero, requiere de la democratización organizativa interna que implica la capacidad para pasar de las estructuras de mando verticales, a una horizontal de las relaciones que posibilite la participación de los integrantes del partido en la toma de decisiones, desde la complejidad de los distintos niveles de formación y liderazgo político. Este proceso debe incluir algún grado de transformación de liderazgos, ofreciendo la oportunidad a todos los miembros (incluyendo a los jóvenes y a las mujeres) de participar en el proyecto político en todos los niveles.[2] El florecimiento de distintos matices debe ser visto, no como un problema, sino como parte de la riqueza política e ideológica del partido y como un reto para mantener en la diferencia los criterios básicos de la unidad organizativa.  

Segundo. Tal vez el trabajo más difícil y largo lo constituye el proceso de búsqueda de nuevos miembros de la organización entre las comunidades y la ciudadanía, militantes que interioricen los fundamentos políticos y programáticos de la organización, estén dispuesto a representarla y a liderar a nombre de ella procesos sociales y políticos, que vaya generando una disminución significativa de las resistencias, mayor aceptación y disposición para acompañar en las urnas sus aspiraciones políticas. Ese trabajo no da resultados de un día para otro, ni en coyuntura electoral, por bien elaborada y llamativa que sea la estrategia publicitaria, transformar la percepción del actor político construida desde su pasado como actor armado puede tomarse décadas, pero es el tiempo y el cambio significativo del lenguaje político, las estrategias de relacionamiento y de comunicación, la que comienza a dar resultados.

Tercero. Fundar una nueva práctica política después de años de haber vivido inmerso en las disciplinas de la guerra, no es fácil. Romper el ordenamiento de las estructuras militares y jerárquicas, hacia estructuras horizontales y democráticas es una de las tareas más urgentes y útiles para la organización, como lo es, igualmente, una renovación programática que logre interpretar en democracia las posibilidades y lógicas de los procesos de cambio, los recursos institucionales existentes para hacer la labor política y atender las demandas de la ciudadanía, las comunidades y los territorios, conforme a sus culturas, condiciones específicas, historias particulares y expectativas de calidad de vida.  

Cuarto. Modificar el lenguaje, las prácticas y las estrategias de relacionamiento con la institucionalidad democrática no implica renunciar a los ideales y a los propósitos que se defendieron durante décadas de lucha armada, si se entiende que ese era un medio y no un fin, y que los propósitos que condujeron a ese camino están por encima del medio en la propuesta política que se defiende. La organización tiene que superar el peso del síndrome de la “traición”, la sensación de “fracaso” y el sentimiento de “desmoralización generalizado” que suele producirse al enfrentar el rechazo social e institucional. Las militancias más sólidas del nuevo partido deben contribuir a mantener la unidad organizativa y la cohesión política, mas alla de las diferencias que puedan existir.  

Quinto. Una transformación exitosa se mide por el grado de sostenibilidad de la nueva organización con respecto a los aspectos organizativos y estratégicos y su permanencia en el tiempo. La historia del paso de organizaciones armadas a organizaciones políticas en nuestro país lo que han mostrado en lo esencial es que después de éxitos electorales significativos, las organizaciones se fueron diluyendo en otras organizaciones políticas hasta desaparecer, son los casos del Movimiento 19 de Abril(M-19), Esperanza Paz y Libertad (EPL) o la Corriente de Renovación Socialista (CRS). La puerta de entrada de las FARC, a la lucha electoral ha sido precaria, pero eso más que una derrota es un llamado de atención que es necesario atender sin angustia alguna.   

Sexto. También pude ocurrir, que algunas fracciones del grupo reincorporado frente al universo de obstáculos que van encontrando en el camino (incumplimiento de los acuerdos, persecución sistemática institucional, señalamiento social y comunicativo, asesinatos, falta de oportunidades para sobrevivir, estigmatización permanente…)  pueden volver a luchar o abandonar la lucha política por completo desapareciendo, o evolucionando hacia entidades políticas o delictivas. En la medida que las situaciones del postacuerdo se hace más difíciles, los procesos que fueron motivados con decidido compromiso y con esperanza de futuro pueden no consolidarse al caer en una especie de “trampa institucional”, que va lentamente deshaciendo los acuerdos, reduciendo sus alcances por el rechazo del sistema político existente que todavía no ha sido reformado en franco desconociendo de la importancia histórica de los procesos y su impacto en la sociedad. 

Séptimo. Para evitar este tipo de situaciones la nueva organización tiene que trabajar intensamente en el apalancamiento político de su vida institucional, estableciendo relaciones de participación en los procesos nacionales, regionales y locales en los espacios de gobernabilidad y gobernanza que se puedan alcanzar en los territorios y marcar las diferencias de comportamiento con las prácticas de gobierno tradicionales, lo que solo es posible a partir de la muestra de resultados.  
 
Si FARC resuelve los asuntos que tienen que resolver podrá sobrevivir al futuro como partido. Pero la primera urgencia que tiene la organización es leerse en el tiempo de la legalidad, de esa realidad institucional y política, compleja y perversa que es la colombiana y, desarrollar todos los esfuerzos necesarios, como proyecto ético y político, para poder sobrevivir como institución política en ese orden, que constituye por sí mismo la nueva maraña en la que va a tener que desarrollar sus luchas políticas y sociales detrás de la reformulación pragmática de sus sueños transformadores y para eso, no es útil el debate interno que aniquila, destruye y divide la organización.

A tres años de la firma del acuerdo, en medio de grandes dificultades, por las posturas del gobierno del NO, que se niega a la implementación del acuerdo en los términos en que este fue concebido y, utilizando un sofisticado sistema de simulación va deshaciendo cada uno de los puntos hasta reducirlos a su mínima expresión, la FARC, se mueve entre la resistencia política en el orden institucional y las dificultades para avanzar hacia la consolidación de su organización partidaria, duramente estigmatizada y atacada, preparando la segunda Asamblea Nacional de los Comunes, un largo e incierto camino les queda por transitar.

Que útil seria que instituciones y procesos como el Centro de Pensamiento y Seguimiento al Proceso de Paz (CPSPP) de la Universidad Nacional de Colombia, Defendamos la Paz y un grupo de notables, reconocidos por la organización ayudaran a desescalar el conflicto político interno de la organización y a que la misma encontrara una ruta exitosa para mantenerse de manera vigorosa y protagónica en el desarrollo de la lucha política democrática.


27 de Enero de 2020.  




[1] Algunas de estas ideas aparecen expuestas en el Libro FARC: El largo camino de la guerra a la lucha política democrática, que sale a la luz pública en el próximo mes de abril.
[2] Ver a este respecto. La transformación política de Grupos Armados y Prohibidos. Lecciones aprendidas e implicaciones para el apoyo internacional. Veronique Dudouet, Katrin Planta, y Hans J. Giessmann (Fundación Berghof)