TIERRA, TRABAJO
Y DIGNIDAD
Condiciones de trabajo y propiedad de la clase campesina y
la necesidad de una agenda unificada de lucha
En la Colombia rural, en las veredas, corregimientos, fincas y parcelas,
habita una de las poblaciones más históricamente olvidadas y sistemáticamente
vulneradas del país: la clase campesina. Sujetos fundantes de la nación,
trabajadores de la tierra, guardianes de saberes ancestrales y de la soberanía
alimentaria.
Los campesinos y campesinas han vivido bajo un régimen de exclusión
estructural que se manifiesta en condiciones laborales indignas, ausencia de
garantías prestacionales, precariedad de la propiedad agraria y una sistemática
negación de sus derechos fundamentales.
Este análisis nace de una conversación con ÁLVARO MATALLANA y de su
preocupación por los campesinos y campesinas del país, se propone
examinar críticamente las duras condiciones que enfrenta el campesinado
colombiano, destacar su lucha histórica por el acceso a la tierra y por una
reforma agraria integral, reivindicar el papel de las organizaciones campesinas
—en particular la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC)— y plantear
una propuesta de agenda de lucha que unifique las reivindicaciones más
urgentes, superando divisiones políticas e ideológicas que tanto han debilitado
el movimiento agrario.
I. El campesinado y
su exclusión estructural
Colombia es un país rural. Más del 60% del territorio nacional es rural
y, sin embargo, su población campesina —que representa alrededor del 25% de la
población total— permanece en condiciones de alta marginalidad. El campesinado
colombiano no solo vive en situación de pobreza monetaria y multidimensional,
sino que además enfrenta profundas desigualdades respecto al acceso a salud,
educación, infraestructura vial, servicios públicos, conectividad digital y
garantías de seguridad.
En lo laboral, los trabajadores rurales desempeñan jornadas extenuantes
de más de 10 horas diarias, muchas veces sin ningún tipo de contrato formal,
sin afiliación a seguridad social, sin pago de prestaciones, subsidios o
pensiones. De acuerdo con cifras del DANE y de la Misión para la Transformación
del Campo, más del 85% del trabajo rural se da en condiciones de informalidad.
El trabajador campesino está expuesto a enfermedades laborales, a accidentes, a
pérdidas por fenómenos climáticos, sin ningún respaldo del Estado o del
mercado.
La tenencia de la tierra sigue siendo uno de los núcleos más dolorosos de
la desigualdad social colombiana. El 1% de las fincas concentra más del 80% de
la tierra productiva del país. A pesar de décadas de reformas agrarias
parciales o fallidas, la estructura latifundista se ha consolidado. A esto se
suma la amenaza de los agronegocios, la agroindustria extractiva, la
especulación inmobiliaria, los monocultivos y las economías ilícitas que, en
muchos territorios, imponen reglas de despojo, desplazamiento y muerte.
II. Luchas
históricas por la tierra: la ANUC y otras organizaciones campesinas
La lucha campesina en Colombia ha sido constante y heroica. Uno de los
hitos más significativos de esta lucha fue el surgimiento de la Asociación
Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC), fundada en 1967 como parte del proceso
de reforma agraria impulsado por el Frente Nacional. Si bien nació con cierto
grado de cooptación institucional, la ANUC rápidamente se transformó en un
movimiento autónomo y combativo, convirtiéndose en la mayor organización
campesina de América Latina en los años 70.
La ANUC promovió masivas movilizaciones, tomas de tierras, creación de
cooperativas y experiencias de economía solidaria. Su consigna de "la
tierra para quien la trabaja" sintetizó la aspiración de millones de
familias rurales excluidas del acceso a la propiedad. Sin embargo, su
crecimiento e impacto despertaron la reacción violenta de los terratenientes,
de sectores conservadores del Estado y de grupos paramilitares, lo que derivó
en represión, asesinatos y persecución política.
La fractura de la ANUC —dividida en alas oficialistas y autónomas— marcó
un momento crítico para el movimiento campesino. Desde entonces, han surgido
diversas organizaciones como la Coordinadora Nacional Agraria (CNA), el
Congreso de los Pueblos, la Federación Nacional Sindical Unitaria Agropecuaria
(FENSUAGRO), la Mesa Campesina, la Organización Nacional Indígena de Colombia
(ONIC) y el Proceso de Comunidades Negras (PCN), entre muchas otras. Todas han
hecho importantes aportes a la lucha por la tierra, la soberanía alimentaria,
la economía propia y la dignificación de la vida campesina, aunque también han
estado marcadas por disputas internas, fragmentaciones ideológicas y
estrategias divergentes.
III. Las divisiones:
un obstáculo para la unidad campesina
Uno de los grandes desafíos del movimiento campesino ha sido su
fragmentación. Las diferencias políticas, ideológicas y estratégicas entre
organizaciones ligadas a diferentes corrientes de izquierda, de iglesias
progresistas, de sindicatos o movimientos indígenas y afro, han debilitado la
posibilidad de construir una agenda unificada. Esta dispersión ha sido
hábilmente aprovechada por el Estado y los gobiernos de derecha, por las élites
terratenientes para dividir y neutralizar las luchas sociales en el campo.
Es común que los paros agrarios o las negociaciones con el gobierno
terminen fragmentadas entre múltiples mesas, agendas y vocerías. Las
diferencias entre sectores que optan por el diálogo institucional y otros que
reivindican la movilización directa o la autodefensa territorial, muchas veces
derivan en desconfianzas mutuas que impiden consolidar una fuerza común.
Además, las lógicas clientelistas de la política tradicional y los programas
asistencialistas del Estado rural han contribuido a la cooptación y desmovilización
de sectores campesinos organizados.
Superar esta situación exige un giro estratégico hacia la construcción de
una identidad campesina común, más allá de las diferencias partidarias o
doctrinarias. Es necesario reivindicar al campesinado como sujeto político,
económico y cultural, con derechos propios, como lo ha reconocido la Corte
Constitucional (Sentencia T-763 de 2012) y la Declaración de las Naciones
Unidas sobre los Derechos de los Campesinos (2018). Solo desde una unidad en la
diversidad será posible avanzar en una agenda transformadora para el campo
colombiano.
IV. Propuesta de una
agenda campesina de lucha y reivindicación
Ante el panorama descrito, hay que proponer una Agenda Campesina
Unificada que recoja las demandas históricas, responda a las urgencias actuales
y siente las bases para una transformación rural estructural y democrática.
Esta agenda podría estructurarse en los siguientes ejes:
1. Reforma agraria y rural integral y
participativa
a) Redistribución equitativa de la tierra con enfoque territorial,
de género y étnico.
b) Garantía de acceso real a tierras productivas, seguras y con
acompañamiento técnico, financiero y organizativo.
c) Restitución efectiva de tierras despojadas y fortalecimiento de
zonas de reserva campesina.
2.
Derechos laborales y
prestacionales para el campo
a) Formalización del empleo rural, reconocimiento de las labores
campesinas como trabajo digno, garantía de afiliación a salud, pensión y
riesgos laborales.
b) Establecimiento de un salario rural digno y programas de seguridad y
protección social para trabajadores del campo.
3.
Soberanía alimentaria y economía
campesina
a) Protección de las semillas nativas, promoción de sistemas
agroecológicos, fortalecimiento de mercados campesinos locales y regionales,
prohibición de transgénicos y freno a la importación masiva de alimentos.
b) Apoyo técnico y crediticio para la producción diversificada y
sostenible.
4.
Infraestructura y bienestar
rural
a) Inversión estatal masiva en salud, educación, vivienda, transporte,
conectividad digital, agua potable y saneamiento básico en zonas rurales.
b) Reconocimiento de la ruralidad como espacio de vida digna, no como
periferia olvidada.
5.
Reconocimiento del campesinado como sujeto
de derecho.
a) Implementación efectiva del fallo de la Corte Constitucional y de la
Declaración de la ONU. Inclusión de los derechos campesinos en la Constitución
Política.
b) Garantía de participación directa en las políticas públicas rurales.
6.
Autonomía territorial y participación
política.
a) Fortalecimiento de las Juntas de Acción Comunal, los Consejos
Comunitarios, las Autoridades Ancestrales y las organizaciones campesinas de
base.
b) Participación vinculante en los planes de desarrollo rural y en las
instancias de concertación estatal.
7.
Fin de la violencia y protección
de líderes sociales
a.
Desmilitarización del campo, desmantelamiento de
grupos armados ilegales, garantías efectivas para la vida y la integridad de
líderes campesinos.
b.
Reparación integral para las víctimas del
conflicto en el campo, incluyendo víctimas de la violencia política.
8.
Unidad campesina en la diversidad
a. Construcción de un espacio de articulación
nacional de organizaciones campesinas, étnicas y rurales que, desde la
diferencia, puedan tejer una plataforma común de lucha, negociación y
movilización.
b.
Esta unidad debe estar basada en principios de
autonomía, justicia social, democracia y paz territorial.
UNA REFLEXIÓN FINAL
La dignidad brota de la tierra…
El futuro de Colombia se juega en el campo. Sin justicia agraria no habrá
paz, sin dignidad campesina no habrá democracia. La clase campesina no es un
rezago del pasado, sino un actor estratégico para construir una sociedad más
justa, sostenible y soberana. Su lucha por la tierra, por el trabajo digno, por
la vida y por la autodeterminación, es una causa que interpela al conjunto de
la sociedad.
Es urgente dejar de ver al campesinado como un problema y empezar a
reconocerlo como la solución. Ellos y ellas han sembrado alimentos en medio del
conflicto, han cuidado los territorios en medio del abandono estatal, han
resistido al despojo con dignidad y sabiduría. Lo que les corresponde ahora no
es la limosna del asistencialismo ni la represión del autoritarismo, sino la
plena garantía de sus derechos y la posibilidad de decidir sobre su presente y
su destino.
Por eso, una agenda campesina unificada, nacida desde las bases y
articulada con todos los sectores populares, puede convertirse en el eje de una
nueva esperanza para Colombia. Porque donde florece la dignidad campesina,
florece la justicia social. Y donde se siembra justicia, siempre habrá cosecha
de paz.
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