LA POLÍTICA DE GÉNERO HACE A LA JUSTICIA TUERTA.
Misandria
y negación de la igualdad ante la ley.
En las últimas décadas, la política de género se ha consolidado como un
eje central de las agendas institucionales, académicas y jurídicas. El
reconocimiento de las desigualdades históricas que han afectado a las mujeres,
así como la necesidad de garantizar sus derechos, dio lugar a un conjunto de
transformaciones normativas y culturales que buscaban equilibrar la balanza en
sociedades marcadas por siglos de discriminación patriarcal. Sin embargo, en el
afán de corregir viejas injusticias, algunos sectores feministas han incurrido
en nuevos excesos que amenazan los principios fundamentales del Estado de
Derecho, entre ellos la igualdad ante la ley y las garantías del debido
proceso.
1. EL PRINCIPIO DE IGUALDAD ANTE LA LEY: Piedra
angular de la justicia
2. FEMINISMO PUNITIVO Y JUSTICIA MISÁNDRICA
La utilización ideológica de la política de género ha dado lugar a un
feminismo punitivo que no se contenta con la justicia, sino que exige venganza.
Este feminismo no se basa en la búsqueda de igualdad, sino en la perpetuación
de una narrativa de antagonismo irreconciliable entre mujeres y hombres. Su
estrategia consiste en apropiarse de las instituciones para convertirlas en
instrumentos de castigo selectivo y parcial.
3. LA INDUSTRIA DE LA VICTIMIZACIÓN
En algunas esferas, la narrativa de género se ha transformado en una industria simbólica y material de victimización. Instituciones académicas, organizaciones no gubernamentales e incluso oficinas estatales reproducen sin crítica ni matices la noción de que toda mujer que denuncia ha de ser creída sin cuestionamiento, sin necesidad de pruebas, sin margen para el análisis crítico de los hechos. Así, se cancela la posibilidad de una investigación justa, y se lesiona profundamente la legitimidad de los procedimientos.
4. LA JUSTICIA DISCIPLINARIA: un campo
minado
Un ámbito particularmente sensible a estas prácticas es el disciplinario, en el que los funcionarios públicos, docentes y trabajadores del Estado pueden ser objeto de investigaciones que no se rigen por el Código Penal, sino por códigos internos o normas especiales. Allí, la política de género ha sido instrumentalizada como un criterio de excepcionalidad procesal, donde las garantías procesales pueden ser suspendidas bajo el argumento de proteger a la víctima.
Los instructores disciplinarios, en vez de actuar como garantes de justicia, asumen posturas de parte, dictan providencias anticipadas y desestiman el testimonio del sindicado. La idea de una investigación integral y equilibrada se pierde ante la presión de grupos que consideran cualquier duda como una forma de agresión adicional contra la víctima.
5. EL COSTO DE UNA JUSTICIA TUERTA
Las consecuencias de esta situación son alarmantes. Se destruyen reputaciones sin pruebas, se afectan proyectos de vida, se vulneran derechos fundamentales, se instaura una cultura del miedo y el silencio, especialmente entre los hombres. Nadie quiere contradecir una denuncia, ni pedir garantías, por temor a ser tachado de machista, encubridor o cómplice.
Se ha generado un ambiente inquisitorial donde la justicia ya no es ciega, sino tuerta: sólo ve a la supuesta víctima, y niega ver al señalado. Esta parcialidad no sólo viola derechos humanos básicos, sino que también deslegitima las verdaderas luchas por la equidad de género. Una justicia que excluye, que niega la defensa, que opera como un instrumento ideológico, es una justicia que no sirve a la democracia, sino al autoritarismo.
6. HACIA UNA POLÍTICA DE GÉNERO DEMOCRÁTICA Y GARANTISTA
Es urgente recuperar una política de género que no sea utilizada como arma, sino como herramienta de equidad y justicia. Una política que reconozca las asimetrías históricas sin por ello negar la humanidad y los derechos del otro. Que entienda que la lucha por la igualdad no puede convertirse en una nueva forma de discriminación. Que reconozca que toda persona, sin importar su sexo o género, merece un juicio justo, imparcial y respetuoso de las garantías legales.
El feminismo no puede convertirse en una ideología de persecución. Su
legitimidad se juega en su capacidad para construir igualdad sin exclusión,
para defender derechos sin vulnerar otros, para promover la dignidad sin
erigirse en tribunal moral. Una política de género democrática debe defender
tanto a la mujer que denuncia como al hombre que es señalado, sin prejuzgar a
ninguno, sin sacrificar la verdad en el altar de los relatos.
7. ACABAR CON LA JUSTICIA TUERTA Y SORDA
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