LA CULTURA
DEL ODIO Y LA ESTIGMATIZACION POLITICA
Una
amenaza a la democracia en sociedades polarizadas
En América Latina, la democracia atraviesa una etapa crítica. Aunque las
dictaduras han sido formalmente derrotadas, persiste una forma más sutil pero
igual de peligrosa de deterioro democrático: la cultura del odio político y la
estigmatización del adversario. Este fenómeno ha cobrado fuerza en un contexto
de polarización extrema, donde las fuerzas políticas no solo compiten, sino que
buscan aniquilar moralmente, al contrario, usando medios de comunicación, redes
sociales y aparatos institucionales para deslegitimar a los oponentes.
En este escenario, la extrema derecha juega un papel determinante al
contar con recursos mediáticos, económicos y judiciales para atacar al poder
ejecutivo cuando este es progresista. Sin embargo, esta no es una conducta
exclusiva de un solo espectro ideológico. También sectores de la izquierda han
adoptado prácticas similares, contribuyendo al desgaste del tejido democrático
y a la erosión de la convivencia política.
1. EL ODIO COMO ESTRATEGIA DE PODER
La estigmatización política se ha convertido en una herramienta
sistemática de los sectores que buscan conservar o recuperar el poder a
cualquier costo. Ya no basta con confrontar ideas o políticas públicas. Hoy,
los liderazgos progresistas y alternativos son atacados en su dimensión humana:
se cuestiona su vida personal, se fabrican escándalos mediáticos, se manipulan
hechos y se explotan emocionalmente situaciones privadas para deslegitimar su
rol público. Esto ha generado un clima de sospecha permanente, donde el disenso
se convierte en traición y el debate se reemplaza por la descalificación.
La estrategia es clara: si el adversario político no puede ser vencido en
las urnas o mediante el debate de ideas, debe ser destruido mediante campañas
de desprestigio, judicialización y escarnio público. Esta práctica, alimentada
por el odio ideológico, busca anular políticamente, al contrario, y con ello,
instaurar una lógica de guerra permanente que sustituye el pluralismo por el
enfrentamiento total.
2. EL CASO COLOMBIANO: GUSTAVO PETRO Y LA OFENSIVA DEL ODIO.
Colombia ofrece un ejemplo paradigmático de esta cultura del odio. La
llegada de Gustavo Petro a la presidencia marcó un hito en la historia política
del país: por primera vez, un dirigente de izquierda, surgido de movimientos
sociales y populares, alcanzó el máximo cargo ejecutivo. Esta victoria, sin
embargo, desató una ofensiva feroz por parte de sectores tradicionales,
económicos, mediáticos y judiciales, que no han cesado en su intento por minar
su legitimidad.
Desde el inicio de su mandato, Petro ha sido objeto de una campaña
sistemática de estigmatización. Los grandes medios de comunicación,
concentrados en pocas manos y con clara orientación conservadora, han
desplegado una narrativa que presenta al presidente como un "dictador en
potencia", un "incompetente", un "enemigo del orden".
Se han viralizado montajes, tergiversaciones de discursos y falsas noticias que
buscan generar pánico moral y temor entre sectores de la población. El foco de
los ataques no solo se ha centrado en su gestión de gobierno, sino en su vida
personal: se ha instrumentalizado el comportamiento de sus hijos, su historial
médico, sus emociones y hasta su historia familiar para intentar erosionar su
autoridad política.
Este tipo de ataques, que deberían ser claramente reconocidos como
violencia simbólica y política, han sido normalizados en Colombia. La
estigmatización del presidente ha llegado incluso a sectores del sistema
judicial, donde se han adelantado investigaciones sin pruebas contundentes, en
medio de filtraciones mediáticas orientadas a generar escándalo más que verdad.
La cultura del odio, en este caso, no solo busca desestabilizar al ejecutivo,
sino impedir cualquier intento de transformación estructural en el país.
3. EL ESPEJO LATINOAMERICANO: Lula da Silva y Gabriel Boric
La experiencia de Gustavo Petro no es aislada. En Brasil, el caso de Lula
da Silva representa uno de los episodios más graves de persecución judicial con
fines políticos. El “Lava Jato” fue presentado como una cruzada anticorrupción,
pero en la práctica se convirtió en una estrategia para sacar del juego
político al líder más popular del país. Lula fue condenado y encarcelado sin
pruebas concluyentes, lo que impidió su candidatura en 2018 y abrió el camino
para la victoria de Jair Bolsonaro, representante de la extrema derecha. Años
después, el Supremo Tribunal Federal anuló las condenas, demostrando que el
proceso estuvo viciado desde el inicio. Sin embargo, el daño ya estaba hecho:
la estigmatización de Lula fue clave para el ascenso de un discurso autoritario
y ultraconservador.
En Chile, el joven presidente Gabriel Boric ha enfrentado una campaña
constante de desprestigio por parte de sectores conservadores y mediáticos.
Desde su elección, ha sido tratado como un "inmaduro",
"radical" o "marxista disfrazado", incluso antes de tomar
decisiones de gobierno. Los ataques han incluido críticas a su estilo de
vestir, su vida personal, su salud mental y sus orígenes como activista
estudiantil. Esta estrategia de estigmatización ha dificultado su capacidad de
gobernar y ha generado un ambiente de escepticismo y hostilidad que impide la
implementación de reformas profundas.
4. LA IZQUIERDA TAMBIEN CONTRIBUYE A LA DEGRADACIÓN DEMOCRATICA
Aunque la estigmatización ha sido empleada de manera más sistemática por
sectores de la derecha, no se puede exonerar a la izquierda de prácticas
similares. En muchos países, la izquierda ha caído en la tentación de utilizar
el mismo lenguaje del odio, alimentando una lógica de polarización permanente
que convierte al oponente en enemigo. El uso de las redes sociales para
desacreditar, ridiculizar o incluso amenazar a quienes no comparten sus
posiciones, ha erosionado la posibilidad de construir mayorías amplias y
proyectos comunes.
Esta actitud, además, ha provocado fracturas internas en los movimientos
progresistas, donde las diferencias ideológicas o tácticas son rápidamente
convertidas en traiciones o desviaciones. Se olvida que la democracia no se
construye desde la unanimidad, sino desde el disenso respetuoso y la
deliberación pública. Si la izquierda pretende ser una alternativa ética y
democrática, no puede reproducir los métodos autoritarios que denuncia en sus
adversarios.
5. LAS CONSECUENCIAS DE LA ESTIGMATIZACIÓN: UNA DEMOCRACIA ENVENENADA
La cultura del odio y la estigmatización política no solo afecta a los
liderazgos directamente atacados, sino que envenena todo el sistema político.
La ciudadanía pierde confianza en las instituciones, en los partidos y en la
política misma. Se debilita el debate democrático, se normaliza la violencia
simbólica, y se fomenta una sociedad donde la desinformación y el escándalo
reemplazan a la verdad y el argumento.
En este contexto, la política se transforma en un espectáculo mediático
de destrucción mutua, donde los proyectos de país quedan relegados a un segundo
plano. Se privilegia el corto plazo, la reacción emocional, y el cálculo
electoral, en detrimento de los consensos necesarios para enfrentar problemas
estructurales como la desigualdad, la pobreza o la crisis ambiental.
6. ¿QUÉ HACER ANTE ESTE PANORAMA?
Para frenar la cultura del odio es indispensable recuperar el valor del
respeto por la diferencia. Es urgente reconstruir una ética pública donde el
adversario político no sea visto como un enemigo a exterminar, sino como un
interlocutor con el que se puede y se debe dialogar. Esto implica también una
profunda reforma en los medios de comunicación, que deben asumir su
responsabilidad en la formación de opinión pública y no actuar como agentes de
propaganda de intereses corporativos.
La educación política y ciudadana debe ocupar un lugar central en la
agenda democrática. Es necesario formar ciudadanos críticos, capaces de
identificar discursos de odio, noticias falsas y campañas de desinformación.
También urge la regulación de las redes sociales, no para censurar, sino para
establecer estándares éticos y combatir las prácticas deliberadas de
manipulación.
Los liderazgos progresistas deben ser ejemplo de coherencia ética y
política. No basta con denunciar el odio del adversario: deben abstenerse de
reproducirlo. La construcción de mayorías sociales no puede darse desde la
exclusión ni la arrogancia, sino desde la escucha, la humildad y la capacidad
de autocrítica.
7. CON EL FILO DE LA NAVAJA
La estigmatización política y la cultura del odio representan una amenaza
real para la democracia en América Latina. En un continente donde las
desigualdades persisten y los derechos aún son frágiles, la polarización
extrema y el uso del desprestigio personal como arma política pueden desembocar
en retrocesos autoritarios y nuevas formas de exclusión.
El caso colombiano con Gustavo Petro, junto con los ejemplos de Lula da
Silva en Brasil y Gabriel Boric en Chile, muestran que no se trata de fenómenos
aislados, sino de una tendencia estructural que debe ser confrontada con
firmeza y convicción democrática. La democracia no se defiende solo con votos,
sino también con prácticas éticas, respeto por la diferencia y voluntad de
construir desde la pluralidad. La tarea es urgente: desactivar la maquinaria
del odio antes de que destruya definitivamente la posibilidad de convivir en
libertad y dignidad.
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