La conversión del enemigo en adversario político
El
camino de la guerra hacia la democracia
CARLOS MEDINA GALLEGO
Docente –Investigador
Universidad Nacional de Colombia
Grupo de investigación en Seguridad y Defensa
Centro de Pensamiento y Seguimiento a los Diálogos de
Paz
No sin dificultades
y con poderosos opositores las conversaciones de paz de La Habana van avanzando
y acumulando, sesión a sesión, significativos acuerdos sobre los temas
sustanciales de la agenda del Acuerdo
General para una Paz Estable y Duradera. Los logros alcanzados en los temas
de desarrollo Agrario Integral, Participación Política, Drogas Ilícitas y
victimas resultan relevantes en el camino que debe recorrer este proceso antes
de llegar a temas tan sensibles como terminación del conflicto y mecanismos de refrendación,
los cuales seguramente serán abordados con inteligencia buscando superar todos
los aspectos de orden político, jurídico-constitucional, social,
administrativo, técnico y militar.
Un lugar para el Otro
No obstante estos
avances, hay un debate en ciernes que debe adelantarse en el seno de la
sociedad colombiana y que corresponde a la construcción de las subjetividades
colectivas que le dan, antes, durante y después de los acuerdos, un lugar al otro en una sociedad que debe
transformarse en la construcción de lo político y lo público.
Se asume que para
una concepción moderna, democrática y pluralista de la sociedad es inaceptable
partir de una noción negativa de la percepción política del otro como enemigo, ligada al dominio e
imposición del poder instituido, como si no existiera otra alternativa capaz de
construirse en legitimidad y legalidad, desde lo político y lo público, más
allá de la enemistad de la guerra en un universo de reconocimiento de la
diferencia como fundamento y esencia de las prácticas democráticas.
Chantal Mouffe, ha
desarrollado una amplia y profunda reflexión sobre la construcción de las
identidades colectivas y el reconocimiento de la condición del adversario como un otro legítimo que se fundamenta en una sociedad, no solo que se
reconoce en sus conflictos, sino, que además, es capaz de vivir con
antagonismos, si necesidad de recurrir a la violencia para resolverlos: “La
cuestión central es entonces cómo establecer esta distinción nosotros/ellos,
que es constitutiva de la política, de manera tal que sea compatible con el
reconocimiento del pluralismo. El conflicto en las sociedades democráticas
liberales no puede —ni debería— ser erradicado, ya que la especificidad de la
democracia pluralista es precisamente el reconocimiento y la legitimación del
conflicto. Lo que requiere la política democrática liberal es que los otros no
sean percibidos como enemigos a ser destruidos, sino como adversarios cuyas ideas
pueden ser combatidas, incluso encarnizadamente, pero cuyo derecho a defender
esas ideas no sea cuestionado. En otras palabras, lo importante es que el
conflicto no adopte la forma de un “antagonismo” (una lucha entre enemigos)
sino la forma de un “agonismo” (una lucha entre adversarios)”. (Chantal Mouffe.
2014).
Para hacer efectivo
esta posibilidad, Chantal Mouffe, propone la distinción entre “lo político” y
“la política”. “Lo político” como esa dimensión de antagonismo que puede
adoptar diversas formas y puede surgir en diversas relaciones sociales y que,
considera ella, nunca podrá ser erradicada. Por otro lado, a “la política” se
refiere como al conjunto de prácticas, discursos e instituciones que busca
establecer un determinado orden y organizar la coexistencia humana en
condiciones que siempre son potencialmente conflictivas, ya que están afectadas
por la dimensión de “lo político”.
Así, considera, que la categoría central de la política
democrática es la de “adversario”, como la del oponente con quien se comparte
una lealtad común hacia los principios democráticos, aunque discrepando en lo
relativo a su interpretación. Los adversarios luchan entre sí, afirma Chantal
Mouffe, porque quieren que su
interpretación de los principios se vuelva hegemónica, pero no ponen en
cuestión la legitimidad del derecho de sus oponentes a luchar por la victoria
de su postura. Esta confrontación entre adversarios es lo que constituye la
“lucha agonista”, que es la condición misma,
de lo que ella llama, una democracia
vibrante.
El
enemigo como un otro NO
Persistir en la idea
de considerar al adversario, al opositor, como enemigo es un obstáculo mayor para cualquier proceso de paz y
reconciliación. El enemigo es un otro,
que representa la negación del propio modo de existencia de las instituciones y
de la sociedad y por lo tanto persiste en su destrucción y, en consecuencia es
natural que la sociedad y el poder instituido, lo rechace o combata para
mantener la propia forma de vida, la cual depende de la destrucción total de
ese otro distinto (Carl SCHIMT - 1992). En estas condiciones es el ejercicio
del poder de la fuerza a través la violencia y la guerra la que busca saldar
una relación política irreconciliable. En ese estado de percepción y
confrontación se desarrollaron 60 años de conflicto armado y guerra en
Colombia. La guerra procede de la enemistad, ya que ésta es una negación
absoluta del ser distinto.
La guerra se
presenta como el medio político extremo, de la oposición amigo/enemigo, y lo
político adquiere un particular sentido en ese contexto de confrontación
posibilitando un escenario distinto al exterminio mutuo en un proceso de
diálogos y acuerdos que trasforman sustancialmente la naturaleza de la
percepción del otro, del ser distinto,
como adversario legitimo en un escenario de confrontación democrática. De
ahí, que el paso de la condición de enemigo, a la condición de adversario, sea
un salto cualitativo de la confrontación del escenario de la guerra, al
ejercicio pleno de la lucha democrática.
El
adversario como un Otro SI
Pero el
reconocimiento de la condición de adversario
legitimo esta revestida de la aceptación de la existencia de un ser
colectivo que adquiere identidad en el reconocimiento de su condición de
diferente y en la identificación de sus idearios y propuestas como socialmente
legitimas. De lo que no se trata en un proceso de solución
política es de someter u homogenizar las formas de pensamiento, aniquilando las
posibilidades de ser, pensarse, expresarse y actuar desde la riqueza propositiva
de la diferencia y en el ejercicio del disenso como fundamento del ser
oposición.
Resulta lesivo para
la construcción de contextos de convivencia democrática y desarrollo social y
económico percibir al potencial adversario
político como enemigo público y no como
adversario legítimo. El Estado, como unidad política, tiene la capacidad y
el monopolio de la determinación política y esa capacidad debe colocarla al
servicio de la construcción de la paz y de la democracia en el reconocimiento
del otro opositor, como adversario legitimo.
En los diálogos de La
Habana se están produciendo los enunciados que permiten superar una teoría del Estado total que elimina la diferencia
entre Estado y sociedad, identificando la política
con lo meramente Estatal separado de la sociedad.
La política más allá de la política
Hoy se reconoce
fácilmente como en el país se ha producido una “despolitización” de la sociedad política, un desplazamiento hacia
el marketing y el mercado electoral y, una
creciente politización de la sociedad civil, en un paso acelerado de la lucha
reivindicativa hacia el desarrollo de un modelo de participación política que
compromete nuevos escenarios, en donde la política es mucho más que el
ejercicio del poder político asumido a través de los procesos electorales para
el ejercicio de la función pública. Así se constituye en fundamento de una
práctica social que contempla procesos colectivos de toma de decisiones,
elaboración de planes y programas de desarrollo, estructuración de presupuestos
participativos con pertinencia en la realización de obras que contribuyan a la
generación de bienestar estratégico de la sociedad y fortalecer entidades
administrativas, así como el potenciamiento de la capacidad de gestión social
de las comunidades, acciones que no constituyen otra cosa que la ampliación y
profundización de la democracia.
Pero la aceptación
del adversario no es solamente el reconocimiento de un otro distinto, es también la aceptación explicita de que el
objetivo de la política, su tarea, es la construcción del orden social, el cual
se logra a partir de elaborar alternativas posibles tendientes a la
transformación de las condiciones de vida existentes. Es un orden que no
significa necesariamente armonía, sino, conflicto
dinamizado por una cultura y una práctica política que se compromete en la
construcción de ese nuevo orden deseado.
Hoy en el desarrollo
del proceso de conversaciones, es urgente y necesario que el Estado-gobierno
impulse una pedagogía de paz que construya una subjetividad colectiva que le da
un lugar al Otro distinto, como un
adversario legítimo, en los escenarios de la vida política de la nación.
Superar
la cultura del odio y la venganza
La transformación de
las prácticas democráticas está precedida del cambio de cultura y actitud de la
ciudadanía y de la institucionalidad política frente a la diferencia en el
marco de la construcción de un escenario que deja de lado los odios y los
encadenamientos de venganzas, por una cultura que se reconoce y se valora en el
fortalecimiento del pluralismo, la tolerancia, la deliberación y el debate respetuoso
sobre los problemas estructurales de la nación.
La no utilización de
las armas y la proscripción de la violencia en las prácticas políticas, el
reconocimiento del otro distinto como opositor valido y la no aniquilación del
adversario, sino, su valoración positiva y su protección decidida constituyen
la base esencial de la nueva cultura democrática por desarrollarse en una
sociedad que se fija como propósito la construcción de una paz estable y
duradera.
La construcción de
un nuevo y solido sistema democrático está abierto en oportunidades y
seguridades para la participación de los diferentes actores sociales y
políticos en el desarrollo pleno de sus intereses políticos colectivos
adscritos a un proyecto ético y a una práctica política que concibe la vida
humana y el interés colectivo como fundamento y razón de ser de la política
como tal.
El nuevo orden
democrático debe construirse sobre la superación definitiva de las prácticas de
violencia, el aniquilamiento del adversario, la estigmatización, la persecución,
el señalamiento, la utilización del miedo y el terror para el sometimiento
colectivo y la superación y proscripción de todo el repertorio de acción criminal
que agobio durante años al país. Ni el Estado, ni los particulares pueden hacer
uso de prácticas criminales para imponer sus ideas y utilizar a su favor y en
detrimento del interés colectivo los escenarios institucionales que son
fundamento mismo de la democracia y convivencia pacífica.
Partidos
políticos y movimientos sociales
La ampliación y
profundización de la democracia debe permitir el surgimiento de nuevas fuerzas,
movimientos y partidos políticos, así como el fortalecimiento de las formas
organizadas de la sociedad civil que se expresan a través de movimientos
sociales y populares y que son portadoras de sus propias agendas
reivindicativas y de lucha social y política. Estas expresiones políticas y
sociales de la ciudadanía, de las poblaciones y de los territorios deben contar
con espacios amplios de participación y un reconocido protagonismo en la
construcción de una auténtica democracia en la que puedan tener incidencia en
la definición de las decisiones que comprometen el interés público.
La democracia del
posconflicto debe garantizar, no solo la organización y la participación
decidida de nuevas fuerzas y movimientos, sino, el reconocimiento y la defensa
del pluralismo de manera que los nuevos partidos políticos y movimientos
sociales que hagan oposición, sin importar cuál sea su orientación ideológica
y, siempre y cuando, estén inscritos en el ordenamiento
institucional, sean reconocidos,
aceptados, protegidos de tal manera que puedan presentarse como alternativa de
poder en el marco del ordenamiento del juego democrático.
Estas nuevas fuerzas
sociales y políticas deben contar con todos los apoyos institucionales y, de forma equitativa, con los recursos públicos destinados a
financiar los partidos y movimientos políticos para que estos no se conviertan
en instrumentos del interés privado y cumplan a cabalidad la función pública
que compete a su naturaleza y razón de ser.
Siendo la oposición
la que legitima el orden democrático esta debe contar con las mayores garantías
en el sistema político y electoral, superando todo tipo de riesgos y amenazas,
lo que requiere no solo el mejoramiento del sistema de partidos y el sistema
electoral, sino, adicionalmente del desempeño adecuado de la institucionalidad
que regula y posibilita las prácticas democráticas institucionales y garantiza
la participación apropiada y segura de
la sociedad civil en la lucha social y política.
Los ajustes que
deben hacerse al modelo de democracia, deben contemplar medidas incluyentes que
garanticen la participación de todos los sectores incluyendo las minorías
étnicas y socioculturales, así como las fuerzas políticas minoritarias las que
deben ser articuladas a las distintas instancias de las posibilidades del
desempeño institucional a nivel nacional, regional y local, así sus resultados
electorales no hayan sido exitosos en términos de representación en los
escenarios de decisión política.
Pero, es importarte
señalar, que en la democracia del
postconflicto la participación política no se reduce al sistema de partidos y
al sistema electoral, sino, que esta se construye en todos los escenarios donde
se constituye institucional y socialmente el bien común y las acciones humanas
están regentadas por el interés general. De ahí que hay que extender las
prácticas de gobierno a la vida social e involucrar a la población y a la ciudadanía
en las mismas a través de los más variados y determinantes instrumentos tales
como los planes de desarrollo y presupuestos participativos, las veedurías
ciudadanas, el control social a gestión pública y las posibilidades que
aumentar la capacidad de ejecución de las comunidades en obras de su propio
interés. Esto requiere de comunidades participativas con poder de decisión y
capacidad de gestión y ejecución de políticas, planes, programas, proyectos y
obras.
Antes
que la guerra está la protesta social legítima
La terminación del
conflicto armado no es la finalización del conflicto humano, social, político,
cultural, ambiental…o de cualquier otra modalidad del conflicto. Por el
contrario se va producir un crecimiento de los conflictos sociales que
requieren del reconocimiento y la legitimación de la protesta social, como
necesaria y útil al ordenamiento democrático. Esto conduce irremediablemente a
desmontar los imaginarios desde los cuales se persiguió, estigmatizó, judicializó y criminalizó la
protesta social.
Parar las
hostilidades institucionales y parainstitucionales, militares y paramilitares,
criminales de todo tipo, contra el
movimiento social y popular y construir una nueva y más incluyente cultura
política e institucional en relación con la importancia social y política de la
protesta civilizada, hace parte de la desestigmatización de los movimientos
sociales y populares, del cese de hostilidades contra estos movimientos y de la
construcción de los escenarios legítimos y democráticos para la protesta.
Lo anterior convoca
a reconocer la necesidad que existe en el país de recuperar, garantizar y
proteger la protesta social y política, como un derecho social fundamental y un
instrumento de una auténtica democracia, abierta a la inconformidad y a la crítica.
Los dirigentes
sociales y populares no pueden seguir siendo estigmatizados, perseguidos,
encarcelados y asesinados por defender las agendas colectivas de los sectores
sociales, las poblaciones y los territorios; por el contrario, esos dirigentes y líderes deben ser
considerados patrimonio de la democracia e inteligencia social de la
inconformidad de un valor superior para la construcción de sociedades más
justas y equitativas. No pueden ser considerados como enemigos, ni siquiera
como adversarios, son en lo esencial gestores de bienestar de las comunidades y
de sus derechos.
Un estatuto
para el reconocimiento, el respeto y la seguridad del Otro Posible
La democracia del
posconflicto en el proceso de transformación de las formas de percepción del otro distinto, como un otro posible, debe hacer reconocimiento
constitucional e institucional de la oposición de los movimientos y partidos
políticos, así como de las formas de acción de los movimientos sociales y
populares, en un contexto de afirmación de sus derechos y responsabilidades
frente a la convivencia civilizada y la
posibilidad de dirimir las diferencias a través del dialogo y, aspirar al
ejercicio legítimo del poder.
La oposición
política y la oposición social y popular tiene una forma diferenciada de
requerirse en el escenario institucional y social: la primera requiere de un
orden normativo que garantice sus derechos y le ofrezca las seguridades para el
ejercicio de la práctica política desde una orientación crítica a las practicas
del poder dominante; un estatuto de oposición que reconozca las libertades y
derechos políticos y brinde las seguridades para su ejercicio; la segunda,
demanda del reconocimiento de las distintas formas de organización y
movilización de la protesta social en el trámite de las demandas ciudadanas y
del reconocimiento constitucional e institucional del legítimo derecho de
organización, movilización y protesta social.
La posibilidad de
que la insurgencia se movilice de la guerra hacia la política, en el ámbito del
reconocimiento del poder hegemónico de las armas por parte del Estado, así se
reserve el derecho a la rebelión, requiere de un comportamiento social e
institucional en el que se reconoce a los “normalizados”, la plenitud de sus
derechos ciudadanos y políticos y ofrece a estos la posibilidad de participar
en igualdad de condiciones con todas las fuerzas, movimientos y partidos políticos
existentes en el país.
El estatuto de oposición, no se elabora
para darle reconocimiento y derechos a quienes pasan de las armas a la
política, sino, para ofrecerle a todos los partidos las mismas condiciones para
asumirse en el ejercicio de la práctica política desde la oposición sea esta de
derecha, centro o de izquierda.
Aunque la existencia
de un Estatuto de Oposición y de una
ley reglamentaria que garantice los derechos de las fuerzas disidentes y el trámite
de los disensos en un escenario de posibilidades y recursos políticos amplios
puede no resultar, a pesar de toda su integralidad, suficiente, pues como es
sabido lo que define la calidad del ejercicio de oposición es la práctica
social y política y, el comportamiento institucional frente a la misma. De nada
sirven las leyes si no se aplican con eficiencia, eficacia y rectitud.
La constitución de
1991 dejo establecido en el artículo 112, que “Los partidos y movimientos políticos con personería jurídica que se
declaren en oposición al Gobierno, podrán ejercer libremente la función crítica
frente a este, y plantear y desarrollar alternativas políticas. Para estos
efectos, se les garantizarán los siguientes derechos: el acceso a la
información y a la documentación oficial, con las restricciones
constitucionales y legales; el uso de los medios de comunicación social del
Estado o en aquellos que hagan uso del espectro electromagnético de acuerdo con
la representación obtenida en las elecciones para Congreso inmediatamente
anteriores; la réplica en los mismos medios de comunicación. Los partidos y
movimientos minoritarios con personería jurídica tendrán derecho a participar en
las mesas directivas de los cuerpos colegiados, según su representación en
ellos”. Aspectos, que siendo importantes,
resultan a todas luces insuficientes para la dimensión de la acción
política y social de los opositores en una democracia que se construye no solo
desde la inclusión y el reconocimiento de los derechos, sino, además desde la ampliación
de la participación de las minorías críticas en la gestión institución y pública.
Pese a que la carta estableció en el mismo artículo que “Una
ley estatutaria reglamentará íntegramente la materia”, a más de dos década
de expedida la constitución, ni los gobiernos, ni el parlamente se ha puesto en
la tarea de cumplir con este mandato constitucional.
El 'estatuto de la
oposición', debe ser entendido como el conjunto de normas que garantizan el
libre accionar de las organizaciones políticas y sociales que no piensen como
el gobierno. Debe establecer sus derechos y reglamentar sus posibilidades para
el uso pleno de las oportunidades que ofrece la democracia y posibilita el
Estado para la acción política. Aspectos tales como; crear organizaciones,
movimientos y partidos políticos, ser reconocidos por el Estado y recibir la
personería jurídica, darse sus propios reglamentos, tener sus representantes
legales, participar libremente y desde sus propios imaginarios en la disputa
política nacional por los cargos de elección popular y ser tenidos en cuenta en
la asignación de cargos en los distintos niveles del gobierno; obtener la
información necesaria para la vigilancia y el control político de la
administración y de las funciones gubernamentales. Garantizar que no se les
persiga por sus opiniones ideológicas y políticas y, se proteja a sus dirigentes y asociados. Tener
medios de comunicación hablados, escritos, televisiones y de cualquier otra
forma de comunicación que les permita hacer el proselitismo y la divulgación de
sus ideas e iniciativas con amplitud; contar con recursos públicos para su
funcionamiento y la financiación de sus
campañas; entre otras posibilidades que den garantías a su práctica política
integral, democrática y segura.
Un estatuto que posibilite que un partido o una coalición de
partidos que durante un determinado periodo de gobierno esté en el poder,
ofrezca a los otros las mismas garantías que quiere le sean ofrecidas si en el
periodo siguiente está en la oposición,
o se declara como independiente.
La seguridad y
protección del Otro Posible
No puede volverse a repetir en la historia del país que una
vez termina un proceso de solución política al conflicto armado, los que se
reintegran a la vida social e institucional se conviertan en blanco de la
criminalización de las fuerzas institucionales y parainstitucionales. La
criminalización de los que entran a ejercer, en condiciones de ciudadanos con derechos, las distintas actividades de la vida social y
política genera desconfianza, incertidumbre y nuevas formas de resistencia y
violencia, pero adicionalmente, no tiene
presentación alguna ante la comunidad nacional e internacional que este tipo de
hechos ocurra y que el Estado no los impida.
La democracia del Posconflicto debe erigirse sobre la
defensa y el respeto por la vida, la libertad de pensamiento y opinión, la no
estigmatización del contrario, su protección y el ofrecimiento de garantías
plenas para el ejercicio de las prácticas políticas.
La seguridad de quienes ejercen la política debe superar
todo tipo de incertidumbres y debe ser fundamento de la democracia del
posconflicto evitando la reedición del genocidio político, padecido en el país
con el Gaitanismo y la Unión Patriótica.
La democracia del Posconflicto debe ayudar a construir una
cultura de la convivencia civilizada y pacífica, erigida sobre la tolerancia,
el reconocimiento y el respeto por el contrario, dignificando la práctica política mediante la
superación de todo tipo de persecución y estigmatización por razón de sus
ideas. El estado y sus instituciones deberán garantizar la seguridad de sus
opositores y asumir la responsabilidad de sus vidas. La seguridad debe ser
considerada como fundamento de la democracia y del orden social e
institucional, garantía para el ejercicio político de la ciudadanía. La
institucionalidad encargada de la seguridad debe operar coordinada para prestar
con eficiencia los servicios que garantizan a la opinión crítica y a la
oposición el ejercicio de la práctica política, previniendo la criminalización
y operando con eficiencia contra el crimen y la impunidad.
Esto demanda de una limpieza y ajuste del orden normativo e
institucional de manera que no se repitan en el futuro la instrumentalización
criminal de las instituciones de inteligencia y seguridad, como ha ocurrido a
lo largo de la historia del país. Lo peor que le puede pasar a una nación y a
un Estado es que las instituciones que se crean para su seguridad se conviertan
en instrumento de la delincuencia y el terrorismo de Estado.
Es necesaria la creación de un sistema de prevención de la
criminalización de la práctica política y de la oposición que preste especial
atención a la inteligencia preventiva
y que se acompañe de un sistema de alertas
tempranas que coloque en marcha eficientes esquemas de protección. Sin
embargo, el ideal de una buena democracia es que sus funcionarios públicos no
requieran por razones de su cargo o de sus ideas ningún tipo de protección, más
allá de la que se le ofrece a todo ciudadano.
Mientras ese momento llega y dadas las características de lo
que ha sido históricamente en materia de criminalización de opositores
políticos provenientes de la lucha armada, la protección debe garantizarse de
manera selectiva y eficiente sobre un estudio juicioso de evaluación del riesgo
de aquellas personas que representan a las comunidades, ejercen liderazgos
políticos y sociales, hacen parte de partidos y grupos de oposición, son
funcionarios públicos de elección popular o son figuras reconocidas en el
ámbito de la lucha social y política, o comunicadores investigativos y críticos
que ayudan con su trabajo a mejorar la democracia y el funcionamiento de las
instituciones.
El sistema de protección debe contar con un recurso humano
suficientemente capacitado y de especiales virtudes éticas para el desempeño de
la función de seguridad y protección de personas, así como de la logística y de
presupuestos suficientes que deben ser manejados con escrupulosa pulcritud. Aun
siendo así, es necesario que el sistema de protección y seguridad, para la
práctica política, cuente con un observatorio interinstitucional y social
que haga seguimiento a las situaciones de riesgo y al desempeño institucional
de protección; este observatorio además de lo institucional debe estar
constituido por miembros de los partidos políticos, organizaciones sociales y
de derechos humanos.
Pero la seguridad no puede circunscribirse única y exclusivamente
a quienes participan en la lucha política a través del sistema de partidos y
electoral, hace parte de la construcción de un sólido sistema democrático en el
posconflicto el cese de las hostilidades políticas, sociales e institucionales
contra las organizaciones y movimientos sociales, los medios de comunicación y
comunicadores alternativos y los defensores de derechos humanos. Para ello es
necesario construir una cultura, no solo de la tolerancia, sino, esencialmente
de las formas de presentación de la crítica y de la protesta y de la
receptividad institucional de la misma y de su tratamiento adecuado en materia
de garantía de derechos.
El Estado y los respectivos gobiernos deben ampliar y
desarrollar los mecanismos de participación democrática que garantizan la
movilización y la protesta social a través de una normatividad que sancione de
manera ejemplar su criminalización a la vez que establece programas de
protección a los líderes sociales y populares, a las comunidades y
organizaciones sociales, a comunicadores y a defensores de derechos humanos.
Nunca vamos a
ponernos todos de acuerdo…, pero…
Lo más seguro para fortuna de la condición
humana y social es que pese a todos nuestros esfuerzos nunca nos vamos a poner
todos de acuerdo como lo afirma sin miramientos Chantal Mouffe, no obstante, como ella misma lo asegura “es tarea de la política evitar que la
relación ellos-nosotros derive en la forma amigo-enemigo propia de un estado de
guerra civil. Un proyecto democrático valedero tiene que ser capaz de articular
estas diferencias para dirimirlas bajo la perspectiva del adversario político y
no del enemigo, sin negar de manera inocente la diferencia ontológica de la
cual partimos”.
Aunque el consenso
sin duda es necesario y es fundamento esencial de la democracia lo es porque se
construye desde la existencia del disenso. Una democracia eficaz exige una
confrontación de posiciones políticas diversas sustentadas desde la fuerza de
sus argumentos y la legitimación de los mismos por los respaldos populares y
ciudadanos. Si esto no ocurre, siempre va a existir el peligro de que esta
confrontación democrática sea remplazada por una confrontación armada en que
las diferencias se hacen inevitablemente antagónicas y los adversarios, se
trasforman por el orden de la percepción de diferencias en enemigos.
Este país requiere
que el proceso de paz que se adelanta se consolide en una apertura profunda de
la democracia de tal forma que como ha ocurrido en otros países del continente,
sea natural que quienes se levantaron en armas puedan aspirar como ciudadanos a
ocupar los más altos cargos del poder del Estado. Para ello es urgente
desescalar las bajas pasiones políticas, los rencores y odios y permitir que
cicatricen las heridas que ha dejado tan hondamente arraigadas el conflicto que
hemos vivido.
Pasar de una
democracia construida en antagonismos a una democracia agonística, esto es
pasar de la democracia que se construye en la concepción del enemigo a una que
se erige en el reconocimiento y la valoración de la relación entre adversarios
es una puerta de entrada al posconflicto. El consenso entre individuos y grupos
en relación con el interés común es el objetivo de la política y el que ha de
llevar a la sociedad colombiana a una paz estable y duradera. Pero ese consenso
surge porque de manera natural existe un disenso que lo posibilita. Es por esta
razón que no puede concebirse el consenso como la negación de una sociedad
pluralista, sino, por lo contrario como la concreción de su existencia en el
universo de lo múltiple. Todo intento de homogenización es negativo y suele
conducir a la resistencia y construirse para la eliminación física o política
de ese “otro” distinto. La política solo se hace efectiva como ”disenso”, esto
es, el derecho a tratar lo que es común a todos.
La
construcción de la Unidad Política de la Nación
La unidad política
es la que construye la realidad del Estado en la medida en que esta se sustenta
en el reconocimiento y el respeto de la diferencia, en la posibilidad de
interactuar con el contrario y construir desde el disenso el consenso como
fundamento de una nueva forma de ser en la democracia. La idea de
heterogeneidad contiene la idea de pluralismo desde el cual se legitima todo
régimen democrático. El intento de homogenización conduce inexorablemente hacia
el autoritarismo y el totalitarismo y a la conversión del otro posible en otro
negado, esto es en enemigo.
El fin del conflicto
solo puede ser decidido por los propios involucrados, cada uno tiene que
decidir por si mismo, si la alteridad, representa la negación de su propia
forma de existencia, debiendo por lo tanto ser repelida y combatida para la
preservación de su propia forma de vida, según su modalidad de ser; o, por el
contrario si la alteridad es diversidad que se afirma en identidades que pueden
hallarse en consensos sin dejar de ser ni de existir. (H. Lujan Martínez y Rita de Cassia Lins e
Silva).
Cuando la existencia
del Uno institucional, o del Otro Posible, no requiere de la violencia, se
abren los escenarios de la política y de la democracia, para que el interés
específico se haga interés común, en el consenso, sin que ninguna de las partes
tenga que dejar de existir y ser, surgiendo allí la posibilidad, no de ser
sencillamente, consigo mismo, sino la necesida de poder ser en relación con
otros.
La imposición de
todo orden que se construya sobre la base del desconocimiento del otro posible, conduce irremediablemente
a la violencia y a la guerra. La inclusión del otro posible, como otro
distinto es el fundamento del pluralismo político y esencia de la
democracia.
Bibliografía
Para la elaboración
de este artículo se tomó en consideración la Constitución Política de Colombia
de 1991 y en particular los enunciado en el artículo 112; el Acto Legislativo
01 de 2009; los trabajos de Chantal
Mouffe, The Return of the Political, Londres y Nueva York, Verso, 1993 [trad.
esp.: El retorno de lo político. Comunidad, ciudadanía, pluralismo, democracia
radical, Barcelona, Paidós, 1999]; Chantal Mouffe, The Democratic Paradox,
Londres y Nueva York, Verso, 2000 [trad. esp.: La paradoja democrática. El
peligro del consenso en la política contemporánea, Barcelona, Gedisa, 2003];
Chantal Mouffe, On the Political, Londres y Nueva York, Routledge, 2005 [trad.
esp.: En torno a lo político, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007;
De enemigos a adversarios: la transformación del concepto de “lo político” de
Carl Schimtt, por Chantal Mouffe, de Horacio Lujan Martínez y Rita de Cassia
Lins e Silva. El concepto de
lo político. Carl
Schmitt (1992). Avance de
Acuerdos sobre el tema de participación política de la mesa de conversaciones
entre el Gobierno Nacional y las Farc-Ep en La Habana-Cuba, entre otros
documentos y estudios pertinentes.
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