¿ESTAMOS PREPARADOS PARA EL POST-ACUERDO?
CARLOS MEDINA GALLEGO
Docente –
Investigador
Universidad
Nacional de Colombia
Centro de
Pensamiento y Seguimiento al Proceso de Paz- CPSPP
Un fenómeno de psicología colectiva convoca a una
reflexión sobre el estado anímico de la sociedad colombiana en relación con la
paz del país. Nunca había avanzado un proceso con las FARC-EP, la organización
insurgente más grande de todas las que han existido en la historia de la
nación, tanto y tan metódicamente como lo ha hecho este proceso de La Habana,
que ha ido superando dificultades, desconfianzas, inseguridades e
incertidumbres para mostrar importantes resultados en materia de acuerdos políticos sobre una agenda que
se ha enriquecido en la discusión.
No obstante, en
ocasiones, da la impresión que a la
mayoría de los colombianos le da lo mismo vivir en paz que en guerra. Ninguna
motivación despierta en el espíritu colectivo las posibilidades de vida digna que
se pueden abrir en un escenario de no confrontación, precedido de importantes
transformaciones democráticas, ajustes institucionales y nuevas perspectivas
sociales. El contagio de la multitud en las marchas y concentraciones populares
despierta los estados anímicos de paz, que se disuelven en el escepticismo del
universo de lo individual y en las relaciones intersubjetivas por lo general
cargadas de desconfianza, inseguridades e incertidumbres. Parece que la paz
careciera de contenido real, de atributos de persuasión colectiva, de su
necesidad; una paz que aparece vacía de significado colectivo, de
beneficio, de utilidad social o política.
Tal vez, la razón
por la cual ocurre esto es que la guerra solo la ha padecido la población en el
campo, la provincia, los sectores sociales rurales y campesinos. La guerra ha
estado lejos de las ciudades, de sus habitantes, que saben de ella en la
versión de los medios de comunicación en la comodidad de sus salas y habitaciones,
sin sentir la crudeza de su tragedia. No es extraño que, de manera elemental
pero contundente, amplios sectores de la población piense que en la agenda de
conversaciones de La Habana, lo acordado, no tiene nada que ver con las ciudades, con lo urbano, que en su
esencia es una agenda campesina, y que debe serlo así, porque es allí donde se
ha desarrollado la guerra, de donde han salido las víctimas, donde se ha
producido el desplazamiento forzado, el despojo, el desarraigo, las masacres,
el reclutamiento forzado, los genocidios. En esa perspectiva, se dice que lo
que llega a la ciudad son sus consecuencias, sus víctimas, las secuelas de la
guerra cargadas de necesidades y reclamo de derechos. Pero esto, no es
absolutamente cierto, porque también las ciudades han tenido sus particulares
padecimientos en materia de acciones de guerra.
La ciudad tiene
otros padecimientos, otras angustias, otros dolores, sus clases populares tiene
otras agendas, al igual que sus clases medias.
Les da lo mismo vivir en paz que en guerra, porque ni lo uno ni lo otro
lo sienten tanto como la pobreza, el desempleo, el hambre, la ausencia de
derechos, la inseguridad, la incertidumbre de porvenir que les ofrece el modelo
económico. En las ciudades habita la incredulidad y la desesperanza, y no hay
un lugar para pensar en la paz colectivamente como derecho síntesis, y se mira
con curiosidad pero no es razón de sus entusiasmos. Se piensa desde el
pesimismo colectivo y pueden tener razón cuando afirma que con la paz no va a
cambiar nada…
Todo cambio esta
precedido de una voluntad explícita de compromiso de transformación y eso no se
ve. Los actos de gobierno, la agenda legislativa y la política de seguridad van
en contravía de los acuerdos. La oferta de país al capital se construye sobre
la entrega de los recursos estratégicos de la nación en las cumbres
internacionales que se acompañan de mesas de mercado empresarial. No hay agenda
macroeconómica para ofrecer a la población un futuro de posibilidades económicas
que garanticen certezas esenciales de bienestar. La pobreza y el desempleo se reducen
en las estadísticas oficiales pero crece en la realidad de los hogares; no
cualquier cosa es trabajo, no cualquier forma de vida deja de ser pobreza. La
indigencia se consolida con el salario mínimo y las nuevas formas de esclavitud
laboral. La informalidad ocupa el 70% de la población económicamente productiva
y hay una creciente ocupación generada por la delincuencia y crimen organizado.
Un panorama
desesperanzador muestra la actitud de los empresarios en materia de
mejoramiento de las condiciones de trabajo, salario y seguridad social. La
equidad no se puede construir sin un compromiso social superior de los sectores
económicos y empresariales, y una mayor redistribución social de la riqueza
resultante del trabajo humano. El paro forzado no construye posibilidades para
lo humano y conflictua lo social.
¿Cuál es el aporte
real que deben hacer los sectores económicos a la consolidación de la paz? No
pueden pensarse solo desde sus intereses particulares de acumulación de riqueza
sobre un universo de pobreza generalizada y tampoco puede reducirse a aportes
voluntarios a un fondo de paz porque
eso no resuelve nada. Su aporte debe estar dirigido a generar empleo digno y bien
remunerado, unido a unas condiciones de mejoramiento estratégico de calidad de
vida de las familias trabajadoras.
La mayor urgencia
que tiene la paz es empleo digno y es desde allí que se construye la equidad en
materia de derechos. No pueden ser los trabajadores, los campesinos, las
comunidades étnicas, las mujeres, las poblaciones y los territorios los que
tienen que hacer los grandes sacrificios para que la paz se consolide y
beneficie con ella a los empresarios del campo y la ciudad, y al capital trasnacional.
Ese modelo de paz no resuelve nada, es un modelo construido sobre una oferta de
seguridades al capital y de incertidumbres a las poblaciones y territorios. Es
un modelo de paz para los empresarios que se olvida de la gente. Es un modelo
de paz para que el conflicto social y político se mantenga vivo, pero
domesticado.
No creo que exista nadie que piense que los
conflictos se van a acabar y que lo que se ha denominado “Postconflicto” es la
finalización de los mismos en un país de leche y mermelada, como lo hubiese
definido Zuleta. Por el contrario, la
finalización del conflicto armado tiene como consecuencia lógica el
renacimiento de los conflictos sociales, económicos, políticos, culturales, étnicos y de toda clase. Y eso
demanda preparación para resolverlos, no para reprimirlos, sino para
resolverlos. No se puede seguir atropellando a las poblaciones, como única
forma de enfrentar su legítimo derecho a la organización, a la movilización y a
la protesta. No se puede seguir asesinando a los dirigentes sociales y
políticos, a los liderazgos de las poblaciones en los territorios, porque lo
que va salir de allí es una nueva guerra. Desde ahora, el gobierno tiene que
reconocer y proteger los liderazgos y las dirigencias sociales y políticas. Debe
apropiar sus agendas de derechos, retomar sus pliegos de reivindicaciones y
darles trámite de solución efectiva. El Gobierno debe hacer cese de hostilidades contra la protesta
legítima y crear una instancia de alto nivel para resolver desde un nuevo e incluyente
enfoque institucional los problemas de la gente.
No hay un solo lugar,
al que uno vaya como conferencista a hacer pedagogía de paz, en donde no le
reclamen por el comportamiento del Gobierno, las acciones paramilitares y la
represión oficial de la Fuerza Pública, en donde no hagan público su odio por
la forma que opera el Esmad. No se puede hacer pedagogía de paz desde el
atropello y la muerte. Decidir un cese a
las hostilidades y diseñar una nueva y democrática estrategia de
tratamiento de los conflictos sociales hacen parte de la preparación para los
post-acuerdos.
La cultura de la
globalización ha destruido al movimiento social y político, ha fragmentado
la agenda social en miles de pequeñas y particulares agendas, ha generado
agudos proceso de despolitización y desideologización, no hay pretensión ni de
transformaciones estructurales, ni de revoluciones, ni de utopías que
desarrollar…, desaparecieron los metarrelatos, todo comienza a pensarse como
pequeño en la búsqueda de significativos cambios en el espacio local. Las
poblaciones y los territorios adquieren sentido, pero las formas de
organización se precarizan. Hay dispersión, fraccionamiento, separación, la
unidad se hace más horizonte que realidad. Solo se sostienen viejas estructuras
cargadas de vicios y liderazgos descompuestos y burocratizados. Igual que en
las estructuras de dominación las crisis no generan cambios, sino ajustes y
recomposiciones para seguir en lo mismo.
Se ven las movilizaciones, pero no crecen, no se fortalecen, no se
transforman, no se subvierten, se encojen… No han surgido nuevos y vigorosos
liderazgos y dirigencias capaces de modernizarse, de subvertirse, de colocarse
en un nuevo horizonte de sentido político, pocos trabajan en esa dirección y quienes
lo hacen reciben todo tipo de calificativos.
¿Por qué si la razón la tenemos nosotros, el poder lo tienen ellos?, ¿Por
qué si la necesidad la tenemos nosotros, la riqueza la tienen ellos?, ¿Por qué
si el hambre la tenemos nosotros, la comida la tienen ellos?... esto preguntaba
con insistencia, en algún lugar que ahora no recuerdo, un líder popular del que
he olvidado su cara y su nombre. No tengo la respuesta, pero considero que en
gran medida eso obedece a la falta de organización, de unidad y de construcción
de una unidad de propósito que coloque al centro la dignificación de la
condición humana.
De nada sirven los acuerdos que se puedan alcanzar en la mesa de conversaciones
si detrás de ellos no se construye un movimiento social y político vigoroso,
que sea el doliente de los mismos y los defienda. No es suficiente ni una Asamblea
Nacional Constituyente, ni una nueva Constitución Política, si detrás de ellas
no hay una sociedad civil fuerte, capaz de construir los escenarios sociales y
políticos de movilización para defender esos acuerdos y hacerlos efectivos, a
través de leyes, planes, programas, proyectos, políticas públicas
transformaciones reales… Y eso por ahora no existe.
Tal vez, no existe un momento más difícil, como el actual, para el impulso
de un proyecto ético y político de la sociedad civil que se exprese como la
suma de la voluntad diversa en torno a un único y fundamental propósito
político: Construir una sociedad en paz, con democracia y justicia social, con
el agravante que tampoco se está trabajando en ese camino.
Nada de lo que existe hoy es suficiente, ni lo particular ni su sumatoria.
Es necesario refundar la política, transformar sus prácticas y construir
organización política… un gran Frente
Democrático en el que quepamos todos sin diferenciaciones mezquinas, capaz
de convertirse en auténtica alternativa de poder. No son los viejos partidos,
ni sus prácticas las que van a transformar esta realidad. Lo que está pasando,
en el mundo de la resistencia global, es que los movimientos sociales han
emprendido ellos mismos una lucha política y se han sumado con los partidos y
sectores de la población para generar nuevas fuerzas sociales, tomando
distancia de descompuestos liderazgos y arraigadas prácticas dogmáticas y sectarias.
No hay que desideologizar la lucha social y política, sino, desectarizarla y
desdogmatizarla.
Hay que simplificar las agendas y plataformas, y llenarlas más del
contenido y las necesidades de la gente, de sus derechos y reivindicaciones.
Nadie dijo nunca que la REVOLUCION en mayúscula, que ha costado tantas vidas,
se reducía a conseguir que el ser humano tuviera garantizada la vida, la
comida, la vivienda, la salud, la educación, el trabajo, la recreación, el
derecho a participar en la decisión de los asuntos que competen al interés
común, y los Estados, independencia y soberanía. Eso era todo el cuento de la
lucha de clases que se construyó sobre la disputa de la propiedad.
Nunca habíamos estado tan cerca de lograr acuerdos para terminar la guerra
y estar en condiciones tan difíciles para enfrentar los retos que se derivan de
los mismos. Se requiere de un Estado
fuerte, pero no porque ejerce la fuerza y la represión, porque eso solo lo
hacen los Estados débiles, sino, porque se construye en legitimidades y
reconocimientos sociales, porque cumple el papel natural de servir a la
sociedad y no de servirse de ella, porque es incluyente, reconoce y respeta la
diferencia y se preocupa por garantizar los derechos de los ciudadanos. Se
requiere una sociedad civil fuerte
capaz de confrontar el Estado cuando este no cumple con sus obligaciones y
responsabilidades constitucionales y humanas, de cuestionarse a si misma y de
erigirse en autoridad frente a todo tipo de acción que envilezca y degrade las
posibilidades de los humano, y ni lo uno ni lo otro existe.
Un esfuerzo mayor hay que comenzar a
hacer para que lo que salga de la Habana y de estos cincuenta años largos de
guerra y sacrificio no se dilapiden y nos conduzca a otros cien años de
soledad.
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