Humberto de la Calle y el Proceso
de Paz
CARLOS
MEDINA GALLEGO
Docente-
Investigador
Universidad
Nacional de Colombia
Centro de
Pensamiento y Seguimiento al Proceso de Paz
La entrevista de Humberto De La Calle, jefe de la
delegación del gobierno en las conversaciones de La Habana con las FARC, con el
periodista Juan Gossaín, ameritan una reflexión en cuanto ubican el estado
actual de las conversaciones, en la versión estatal, pero sobre todo, hacen
evidente que la agenda de la oposición al
proceso esta superponiéndose a la agenda del Acuerdo General para una Paz
Estable y Duradera, que es la que guía las conversaciones.
Hay que saludar la franqueza con que De la Calle
aborda la entrevista, pues en ella pesa de manera contundente las razones del Gobierno-Estado
en relación con el proceso y permiten desde allí establecer con toda claridad
las posibilidades del mismo, no solo en materia de paz, sino, en materia de
guerra. Siempre he pensado que el
leguaje tiene un peso específico en unas conversaciones de esta naturaleza y
que lo primero que hay que hacer es desescalar la palabra, que el dialogo debe
ser inteligente e incluyente, y que hay que ser cuidadoso con no amenazar o extorsionar al adversario en
relación con lo que se está haciendo y con lo que se puede hacer. El
instrumento más importante de una negociación es la persuasión no la amenaza,
de ahí que sea equivocado anunciar, ante la nación, colocándola como cortina de
justificación, que “La paciencia de los colombianos se está agotando” y que por lo tanto “el
proceso está llegando a su fin o por bien o por mal” y que agregue: “Yo
sí quiero decirles a las FARC con toda seriedad: “Esto se puede acabar. Algún
día es probable que no nos encuentren en la mesa de La Habana”. Y que concluya
que “ Realmente lo que está ocurriendo es insoportable para los colombianos”.
Habría que preguntarle a Humberto de cuáles son los colombianos de que habla… porque aunque
parezca vergonzoso e incomprensible, este “país” se acostumbró a vivir en la
guerra, sobre todo el “país” que no la padece, porque el país que si la padece,
ha buscado y se ha comprometido con la paz por las vías del dialogo y la
solución negociada; movimientos sociales, partidos políticos y sectores
democráticos y la sociedad civil en general, que es distinta a la sociedad en general, se han
movilizado masivamente para defender ese proceso y lo han hecho a tal grado que
posibilitaron la reelección presidencial de Juan Manuel Santos. O está hablando
de los colombianos que se han comprometido con la guerra y se han opuesto al
proceso de paz, sectores de empresarios, elites económicas tradicionales y
trasnacionales, elites políticas tradicionales y autoritarias que le apostaron
y le siguen a apostando a un proceso de pacificación y de sometimiento de la
insurgencia sin cambios posibles . O está hablando de los colombianos
domesticados por los medios que son los que construyen la realidad que perciben
las comunidades, que no les importa ni la paz ni la guerra; marchan detrás de
los discursos de los arrieros políticos, vociferando sin criterio alguno, ni
comprender el alcance y las implicaciones de sus discursos contra la paz y por
la guerra o, de los colombianos que desde las fuerzas militares presionan al
gobierno para que pongan fin a las conversaciones espantados por el fantasma de
que con el proceso de paz la institución se va a acabar.
No son las encuestas, ni los acontecimientos del
momento los que deben mantener el pensamiento de un estratega de la paz. No
pueden ser los estados de ánimo con que se levante el país por los hechos que
están ocurriendo en materia de acciones militares los que definan el
comportamiento del Gobierno-Estado para parar una guerra de 50 o más años. Esta
guerra no se divide entre antes de Buenos Aires y después de Buenos Aires, no
han sido once, ni doce, ni un centenar los muertos de la fuerza pública, han
sido millares, como millares han sido los muertos de la guerrilla y de la
población. Es eso lo que cuenta, porque si por muertos fuera, las FARC ya se
debían haber ido hace meses de la mesa de conversaciones: A los once de Buenos
Aires, el gobierno retalió con 36 o más guerrilleros. Lastimoso lo de Tumaco,
criticable, pero no es la primera voladura de oleoductos que ocurre en este
país. Ni es agua potable lo beben los habitantes de Tumaco desde sus
acueductos. La guerra siempre afecta a las poblaciones y por eso hay que
pararla. La guerra afecta al medio ambiente y por eso hay que pararla.
Qué bueno que el
proceso de paz este en el peor momento de sus tres años, eso quiere decir
que va bien…, todos los procesos de paz del mundo cuando se acerca su final se
vuelven más difíciles, son mayores los retos, las angustias, los aceleres y, es
ahí y no en otro momento, cuando se
requiere de la grandeza de quienes conversan para no dejarse arrastrar de las
fuerzas que los presionan y terminar por darles la razón a los opositores como
parece ser lo que está ocurriendo y evidencia sin escrúpulos el jefe de la
delegación del gobierno. Desde luego que hay que recuperar la serenidad, la sindéresis y, desde luego que este es el
momento de las decisiones de fondo, sobre dos temas
de agenda que son cruciales, victimas (verdad
y Justicia) y terminación del conflicto.
Uno no conversa con el
enemigo para llegar acuerdos políticos diciéndole que se les agota su tiempo
militar y su tiempo histórico. No. uno
lo persuade para que se convierta en su aliado estratégico para construir la
paz, la democracia y el bienestar que requiere el país. Uno le abre el camino
para que incluyan como protagonistas en la construcción histórica de la nación.
De eso es de lo que se trata la finalización del conflicto y la paz. Uno no le
dice al interlocutor que no es nadie, sino, le señala las rutas que se pueden
seguir en una sociedad que se abre a un universo pluralista desde el cual se
puede construir el bienestar global.
Al menos en tres
puntos la agenda de los opositores ha sido asumida por el gobierno nacional y
es eso lo que ha reversado el proceso.
Primero, resulta
absolutamente claro que este es un momento distinto al de los procesos
anteriores, pero no le pueden cobrar a las FARC, lo que no hicieron con las
organizaciones que se desmovilizaron en el noventa, ni lo que dejaron de hacer
con el proceso con los paramilitares en materia de justicia y víctimas. Es el
gobierno el que tiene que tramitar ante las Cortes
Internacionales en razón de los acuerdos que contrajo y de los tratados que
firmo las seguridades jurídicas del proceso.
Por la experiencia histórica en otros procesos del mundo lo que debe
prevalecer son los intereses de la paz nacional sobre los compromisos
internacionales, y seguramente, una adecuada gestión ante los espacios que
señala Humberto va encontrar las comprensiones que se han hecho evidentes de la
comunidad internacional con este proceso. Seria trágico y vergonzoso para un
país, no poder llegar a la paz interna, porque sus acuerdos con el Tribunal de
Roma y la Corte Interamericana se lo impiden; y que no logre adecuar la
legislación interna incluyendo los fallos de Corte Constitucional.
Segundo. Equipar justicia para las victimas igual a privación
de la libertad de los victimarios es
otro de los elementos de la agenda de oposición que se ha impuesto. . Ese tema
debe ser el resultado de una discusión en la mesa de todas las posibilidades
que existen y de la más conveniente para el proceso. Del reconocimiento en
amplitud y profundidad de las múltiples responsabilidades, comenzando por las
del Estado. El concepto de justicia debe
ser un concepto amplio que en primera instancia favorezca la verdad, la
reparación integral y un compromiso autentico de no repetición, las victimas
han hecho más énfasis en estos tres puntos que en la exigencia de privación de
la libertad de los victimarios, la que se puede dar, como en el caso de los
paramilitares, sin verdad, sin reparación integral y sin compromiso de no
repetición.
Tercero. La propuesta
de Álvaro Uribe Vélez de la creación de
centros de concentración, para pagar penas es otro de los elementos que se
incorporo a los imaginarios del gobierno y que Humberto hace explicita con la
variante de la incorporación a la vida civil en el proceso de dejación de armas:
“Me parece sumamente constructiva. Y creo
que el ex presidente Uribe tiene razón. Se puede discutir si es oportuna, pero
la idea que uno tiene para acabar el conflicto es que sí es necesario y realista
promover esas zonas de concentración, que pueden ser para gente temporalmente
armada que se someta a un proceso de dejación de armas que es una condición
esencial para que haya acuerdo y se reincorporen a la vida civil”.
El gobierno ha asumido
la idea de la oposición en el sentido de que cualquiera que sea la forma debe
descargarse el peso de la justicia sobre los responsables de los delitos y que
no existe manera de eludir la privación de la libertad, así se escoja dentro de
los delitos cometidos unos y se asigne a unos responsables: “Una comisión independiente hace esa
selección que le sería entregada a la Fiscalía para que escoja quiénes fueron
los que cometieron esos delitos que tienen carácter internacional. Lo que se busca
es limitar la acción penal a ese tipo de delitos y a sus máximos responsables.
A ellos se les aplicaría la misma pena que dictan las leyes vigentes, pero que
podría reducirse a una pena alternativa que se pague en condiciones de
dignidad, sin rejas ni piyamas rayadas. Pero hay que asumir las consecuencias
judiciales de los actos”. No sé si las Farc acepten que se les aplique un
modelo de justicia que les da tratamiento de delincuentes, con las mismas penas
vigentes y los mismas prerrogativas que tiene un delincuente común que colabora
con la justicia y se les saque del delito político y los conexos, con todos los
atenuantes que este implica. Creo que ese no es el camino. El delito político debe tener un lugar en
la justicia y en los procesos políticos del país. Pero esto, igualmente, en materia de acuerdo debe ser el resultado de una discusión persuasiva e
incluyente, que no se cierre en inadmisibles y se torne inmodificable.
No sé si los campos de
concentración de guerrilleros sea el mecanismo que ha de utilizarse para la
normalización de los miembros de las FARC en la vida social, económica,
política e institucional del país, todavía eso está por definirse, pero
cualquiera que sea, debe ser lo menos
traumático para el proceso y para la sociedad colombiana y debe contar, en lo
posible con el mayor acompañamiento internacional y las mayores garantías.
No se ve con
suficiente claridad la postura del gobierno frente a la extradición. Las
declaraciones del presidente desde España hace algunos meses a este respecto
fueron muy bien recibidas, pero hoy no esta tan claro ese tema y no se puede dejar
a la deriva y a la voluntad presidencial el futuro de ese tópico. La
experiencia de los comandantes paramilitares durante la administración Uribe es
un mal precedente.
El tema de cese al
fuego y las hostilidades tiene un lectura distinta entre en las partes. De La
calle ha señalado “Nosotros hemos dicho:
cese del fuego bilateral y definitivo, pero no solo del fuego sino también de
las hostilidades, la extorsión, el narcotráfico”. Para las FARC, el cese bilateral es posible,
así existan otros actores del conflicto con los que también es necesario entrar
a conversar o no va a ver paz verdadera. La sub-comisión técnica puede
establecer desde ya unos territorios de paz, para la finalización del conflicto
y puede someterlos a veedurías e incluso a verificación con delegados de la
comunidad internacional y de Naciones Unidas. Puede probarse un cese bilateral selectivo y escalonado
sobre los territorios donde el conflicto ha sido más agudo e irlo extendiendo a
todo el territorio. Se puede iniciar con un proceso de des-escalamiento focalizado que apunte a crear ambientes amables
para la paz. Hay que involucrar a la población como garantes de ese des-escalamiento.
Si para el gobierno el cese de
hostilidades es no más secuestros, no más extorsión, no más narcotráfico;
para la FARC, es no más persecución a líderes campesinos, a líderes populares,
sindicales, magisteriales, defensores de derechos humanos, dirigentes políticos
de izquierda, no más muertes, no más
desapariciones, no más represión, judicialización y criminalización de la
protesta legitima, no más
desplazamiento, no más muerte de reclamantes de tierra… entre otras acciones
contra la población civil y sus formas de organización social y política. Esas dos concepciones pueden hacerse
coincidir y llegar a un acuerdo sobre Cese
de Hostilidades, porque esa es la puerta de entrada al postconflicto, que
como lo evidencia De La Calle no es la ausencia de conflictos, sino, su
reactivación legal y legitima .
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