martes, 26 de agosto de 2025

 


GOBIERNOS PROGRESISTAS EN AMERICA LATINA
Balance, desafíos y perspectivas

Durante las últimas dos décadas, América Latina ha experimentado una serie de giros políticos que han llevado al poder a diversos gobiernos progresistas. Estos proyectos, surgidos en respuesta al agotamiento del modelo neoliberal, han intentado impulsar reformas sociales, redistribuir la riqueza y fortalecer la participación democrática. Sin embargo, estos procesos no han estado exentos de tensiones internas, prácticas clientelistas, corrupción, ni de la férrea oposición de sectores conservadores y élites económicas, muchas veces apoyados por actores internacionales. En este ensayo se ofrece un balance de las experiencias más representativas, comenzando con México, Brasil, Uruguay, Chile, Bolivia y Colombia, para luego plantear una reflexión crítica y algunas sugerencias hacia la consolidación de gobiernos progresistas auténticos, eficaces y transformadores.

I. México: el experimento de la Cuarta Transformación

La llegada de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) al poder en 2018 significó una ruptura con la hegemonía neoliberal del PRI y el PAN. Bajo la bandera de la "Cuarta Transformación", su gobierno se propuso combatir la corrupción, reducir la pobreza y recuperar el papel del Estado como garante de derechos. Se impulsaron programas sociales de gran alcance, como las becas a jóvenes, pensiones a adultos mayores y apoyos al campo.

Sin embargo, el gobierno de AMLO también ha sido objeto de críticas por su centralización del poder, sus conflictos con organismos autónomos y la prensa, y por mantener una política energética con fuerte presencia de combustibles fósiles. A pesar de ello, su sucesora, Claudia Sheinbaum, ganó la presidencia en 2024, consolidando la continuidad de un proyecto que sigue generando esperanza en amplios sectores populares, aunque enfrenta retos crecientes en seguridad, medio ambiente y fortalecimiento institucional.

II. Brasil: de Lula a Lula, entre esperanza y asedio

Luiz Inácio Lula da Silva representa uno de los íconos del progresismo latinoamericano. Su primer ciclo de gobiernos (2003-2010) estuvo marcado por el crecimiento económico, la reducción de la pobreza mediante programas como Bolsa Familia y una política exterior activa que fortaleció la presencia de Brasil en el mundo.

No obstante, el segundo gobierno de Dilma Rousseff enfrentó una recesión económica, protestas sociales y un golpe institucional en 2016 que derivó en su destitución. Luego del gobierno autoritario de Jair Bolsonaro, Lula retornó al poder en 2023, esta vez en un contexto mucho más polarizado y con una derecha fortalecida en el Congreso.

El nuevo mandato de Lula busca reconstruir el Estado de bienestar y atender la emergencia ambiental en la Amazonía, pero debe lidiar con la fragmentación política, las amenazas de “golpe blanco” y la instrumentalización del aparato judicial, elementos que minan las posibilidades de una gobernabilidad progresista sostenida.

III. Uruguay: la solidez del Frente Amplio

El Frente Amplio gobernó Uruguay entre 2005 y 2020, consolidando uno de los modelos progresistas más estables de América Latina. Los gobiernos de Tabaré Vázquez y José Mujica lograron combinar crecimiento económico con justicia social. Se avanzó en salud, educación, derechos laborales y civiles, destacando la legalización del matrimonio igualitario y la regulación del cannabis.

El progresismo uruguayo ha mostrado una capacidad destacable para mantener la institucionalidad democrática, evitar los escándalos de corrupción y fomentar una cultura política pluralista. Aunque en 2020 perdió el poder frente a una coalición de derecha, el Frente Amplio mantiene una fuerte presencia parlamentaria y social, y se perfila como una opción sólida para retornar al gobierno en los próximos años.

IV. Chile: una nueva generación en disputa

El ascenso de Gabriel Boric, en 2022, representó la llegada de una nueva generación progresista surgida de las luchas estudiantiles y las movilizaciones de 2019. Su gobierno buscó canalizar las demandas de cambio mediante una nueva Constitución y un programa orientado a reducir la desigualdad, ampliar los derechos sociales y reformar el sistema de pensiones heredado de la dictadura.

Sin embargo, el proceso constituyente fue derrotado en dos ocasiones, y Boric ha tenido que moderar su agenda para sobrevivir en un escenario polarizado. Pese a sus buenas intenciones, su gestión ha enfrentado dificultades para articular mayorías parlamentarias, y ha debido gestionar contradicciones internas dentro de su coalición. El progresismo chileno enfrenta el desafío de construir puentes con sectores populares que sienten que las reformas no llegan a su vida cotidiana.

V. Bolivia: entre el ciclo refundacional y la fragmentación

La experiencia boliviana encabezada por Evo Morales a partir de 2006 es uno de los casos más emblemáticos del progresismo latinoamericano. Su gobierno refundó el Estado Plurinacional, reconoció los derechos de los pueblos indígenas, nacionalizó sectores estratégicos y redujo significativamente la pobreza.

No obstante, la prolongación de su mandato y su intento de reelegirse indefinidamente generaron tensiones que desembocaron en un golpe de Estado en 2019. Aunque el MAS logró recuperar el poder con Luis Arce en 2020, el movimiento ha mostrado signos de fractura interna, con divisiones entre el propio Arce y Morales. Además, la derecha boliviana continúa intentando desestabilizar el gobierno, recurriendo a la judicialización de la política y a campañas de deslegitimación.

La experiencia boliviana revela tanto el poder transformador de un proyecto progresista con raíces populares como los peligros del caudillismo y la falta de mecanismos institucionales para la renovación democrática dentro de los mismos movimientos de izquierda.

VI. Colombia: un experimento en construcción

La elección de Gustavo Petro en 2022 marcó un hito en la historia política de Colombia. Por primera vez, un gobierno de izquierda llegaba al poder en uno de los países más conservadores del continente. Su agenda incluye reformas estructurales en pensiones, salud, educación, justicia tributaria y transición energética, así como la consolidación de la “paz total”.

Petro ha impulsado un discurso fuerte en contra del modelo oligárquico, la corrupción y el neoliberalismo. Sin embargo, su gobierno ha enfrentado bloqueos institucionales, una feroz campaña mediática de desprestigio, tensiones internas en la coalición de gobierno y la resistencia de actores armados ilegales a las políticas de paz. También ha habido errores de gestión, problemas de ejecución de políticas públicas y una debilidad estructural del movimiento político que lo respalda.

El gobierno de Petro representa una oportunidad histórica para transformar un país marcado por la desigualdad y la violencia, pero su éxito dependerá de la capacidad de construir un movimiento social amplio, ético, programático y articulado más allá del carisma presidencial.

VII. Reflexiones críticas y sugerencias para el futuro del progresismo

A partir de las experiencias analizadas, se pueden extraer algunas lecciones comunes:

1. Éxitos en redistribución social: Los gobiernos progresistas han logrado reducir la pobreza, aumentar la inversión social y avanzar en derechos fundamentales. Cuando han contado con condiciones institucionales favorables, han dejado huellas profundas y sostenibles.

2. Débil institucionalidad partidaria: Una de las mayores debilidades ha sido la falta de partidos sólidos, éticos y con liderazgo colectivo. En muchos casos, el caudillismo y la personalización del poder han debilitado los procesos, volviéndolos vulnerables al desgaste, a la fragmentación o al autoritarismo.

3. Corrupción y clientelismo: Aunque los progresismos han llegado al poder denunciando las prácticas corruptas de las élites tradicionales, algunos gobiernos han reproducido esas mismas prácticas para mantener alianzas o sostener burocracias partidarias. Esto ha minado su credibilidad.

4. Amenazas de "golpes blancos": En varios países, las élites han recurrido al poder judicial, a los medios y a sectores militares para derrocar o deslegitimar a gobiernos progresistas sin recurrir a los golpes militares clásicos. Esta estrategia de desgaste institucional ha tenido impactos desestabilizadores.

5. Déficit comunicacional: Muchos gobiernos progresistas han fallado en comunicar adecuadamente sus logros y propuestas. Esto ha sido aprovechado por la derecha para imponer relatos de miedo y caos que movilizan a clases medias temerosas del cambio.

VIII. Recomendaciones para fortalecer los procesos progresistas

1. Construcción de partidos programáticos: Es urgente superar la política de caudillos y clientelas. Se necesitan partidos que promuevan la formación política, la renovación de liderazgos, la transparencia y la democracia interna.

2. Mayor vínculo con los movimientos sociales: Los gobiernos progresistas deben gobernar con el pueblo, no solo para el pueblo. Eso implica institucionalizar formas de participación, escucha activa, cogestión y control social.

3. Reformas institucionales profundas: Para evitar la judicialización de la política y los golpes blandos, se requieren reformas del sistema judicial, de los medios de comunicación públicos y de las reglas de juego electorales.

4. Transparencia radical y lucha contra la corrupción: La ética debe ser una bandera irrenunciable. Sin una gestión pública honesta y eficiente, el progresismo no podrá diferenciarse de las élites tradicionales.

5. Alianzas regionales sólidas: La integración regional progresista debe ir más allá del discurso. Se necesitan mecanismos efectivos de cooperación, defensa mutua ante amenazas externas y construcción conjunta de modelos alternativos al neoliberalismo.

PARA CERRAR ESTA REFLEXION 

Los gobiernos progresistas de América Latina han logrado importantes avances en justicia social, democratización y soberanía, pero enfrentan serios retos derivados tanto de sus propias contradicciones internas como de la resistencia feroz de las élites conservadoras. El desafío actual consiste en consolidar estos procesos mediante partidos sólidos, prácticas éticas, y una profunda articulación con los sectores populares. Solo así podrán convertirse en auténticas experiencias de transformación estructural y no solo en momentos pasajeros de esperanza.

CARLOS MEDINA GALLEGO 
Historiador - Analista Político


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