jueves, 10 de abril de 2025

 



UNIVERSIDADES CAPTURADAS 

La crisis de una generación y el avance del Feminismo Autoritario.


En los últimos años, muchas universidades enfrentan un fenómeno alarmante: el debilitamiento de los valores que históricamente han sustentado el espíritu académico. El compromiso con el conocimiento, la rigurosidad intelectual y la apertura al debate parecen dar paso, en algunos sectores estudiantiles, a una cultura marcada por la fragilidad emocional, el rechazo a la crítica, y una peligrosa confusión entre militancia ideológica y vandalismo disfrazado de protesta.

Las universidades, tradicionalmente cuna del pensamiento crítico, la investigación rigurosa y el debate intelectual, se ven hoy sumidas en una profunda crisis que nadie identifica, ni reconoce.

Se habla ya de una "generación de cristal", un término polémico pero útil para describir la hipersensibilidad con la que una parte del estudiantado aborda cualquier forma de disenso. No se trata aquí de desestimar las luchas legítimas ni de menospreciar el valor de la salud mental, sino de señalar cómo ciertos discursos se transforman en escudos que impiden el crecimiento intelectual. En lugar de confrontar ideas, se cancela al interlocutor. En lugar de debatir, se impone el silencio.

A esto se suma la normalización de prácticas destructivas como el consumo excesivo de alcohol y drogas, muchas veces romantizadas como formas de rebeldía o liberación. La universidad, que debería ser un espacio de formación integral, se convierte en un terreno donde la evasión y el nihilismo se confunden con libertad.

El feminismo, movimiento esencial para la igualdad, también ha visto nacer dentro de sí corrientes que abrazan posturas fundamentalistas, intolerantes y autoritarias, cerradas al diálogo y proclives a la demonización sistemática del otro. 
El fenómeno no es espontáneo. Se ha ido gestando con la confluencia de múltiples factores: una cultura adolescente extendida en el tiempo, marcada por el alcohol y la droga como formas de evasión sistemática; una pereza intelectual que desprecia la exigencia y la excelencia; una violencia irracional, simbólica y a veces física, justificada por supuestos reclamos políticos que en realidad responden a identidades frágiles y resentidas. Pero entre todos estos factores, hay uno que merece especial atención por su peso y consecuencias: el avance de un feminismo fundamentalista que ha saboteado desde dentro el funcionamiento de la universidad.

Este feminismo de corte autoritario no busca igualdad, sino privilegios. Su lógica es la de la captura institucional: ocupar espacios de poder dentro de la academia, los centros de estudiantes, los comités evaluadores y hasta los protocolos de actuación, para imponer una narrativa única y excluyente. Bajo su mirada, toda mujer es víctima por el solo hecho de serlo, y todo hombre es un opresor en potencia, sin importar sus actos, ideas ni historia. El principio de presunción de inocencia se disuelve ante una política de denuncias que muchas veces no necesita pruebas para ser ejecutada con efectos devastadores.

El feminismo institucionalizado se ha convertido, en muchos casos, en una maquinaria de auto-victimización y oportunismo. Se invoca la violencia de género para silenciar opositores, desplazar autoridades, bloquear concursos y anular voces disidentes. Se usa el discurso del trauma como herramienta de chantaje moral. Y se desconoce deliberadamente el surgimiento de nuevas masculinidades que buscan romper con los modelos patriarcales tradicionales. Para este feminismo extremo, ningún hombre puede ser aliado: solo culpable, solo cómplice, solo sospechoso.

En nombre de la inclusión y el respeto a la diversidad, muchos centros académicos se han convertido en territorios capturados por una generación hipersensible, reactiva, ideologizada hasta la parálisis institucional. Una generación que rinde culto al facilismo, al victimismo y a la mediocridad disfrazada de militancia.
 La violencia, en algunos casos, se justifica en nombre de ninguna causa, perdiendo toda conexión con el pensamiento crítico y transformador. Es la violencia como alteración del orden por el desorden como meta y fin. 

La política universitaria, por su parte, se ha visto reducida muchas veces a una caricatura: símbolos vacíos, rituales de enfrentamiento, consignas sin contenido. La protesta se convierte en un fin en sí mismo, y no en un medio para mejorar el sistema educativo o democratizar el conocimiento.

En este contexto, no sorprende que el facilismo gane terreno. La pereza intelectual se disfraza de crítica a las “estructuras opresivas” del conocimiento tradicional. La mediocridad se escuda en la reivindicación de la diversidad. Se espera que el mérito sea reemplazado por la identificación con causas sociales, lo cual diluye el sentido mismo de la universidad como espacio de excelencia y superación.

Así, la universidad deja de ser un espacio de pensamiento para convertirse en un tribunal ideológico. Se impone la autocensura, se patologiza la crítica, se desmantelan procesos meritocráticos en nombre de una supuesta reparación histórica que nunca se satisface. Se enseñan dogmas, no teorías. Se forman militantes alienados , no ciudadanos libres.

Por supuesto, existen importantes excepciones. Hay jóvenes –hombres y mujeres– que entienden la igualdad como una responsabilidad compartida, no como una guerra de sexos. Hay estudiantes y docentes que aún creen en el diálogo, la exigencia y el valor del disenso. Pero hoy, en muchas facultades, son minoría silenciada o arrinconada.

Sin embargo, sería injusto hablar de una generación perdida. Existen, y son muchos, jóvenes comprometidos, brillantes y críticos de verdad, que no temen a la exigencia, que defienden ideas sin recurrir a la censura, que construyen en lugar de destruir. Ellos son la excepción significativa que, con suerte, marcará el rumbo hacia una universidad renovada y fiel a su misión original: formar ciudadanos libres, responsables pensantes y críticos.

Es urgente recuperar la universidad como lugar de encuentro, debate y pensamiento. Y para ello, es necesario desenmascarar los discursos que se presentan como progresistas pero en realidad reproducen formas nuevas de opresión. 

CMG- DIA 
ABRIL 10 DE 2025

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