jueves, 3 de abril de 2025



ECONOMIAS CIRCULARES , ECONOMIAS POPULARES Y MINIMALISMO: caminos hacia la justicia social en una Colombia polarizada y en transición. 


En un contexto global marcado por crisis ambientales, desigualdades crecientes y una democracia cada vez más desafiada por intereses económicos concentrados, surgen con fuerza alternativas que replantean nuestras formas de producir, consumir y convivir.

Tres enfoques —la economía circular, la economía popular y el minimalismo— confluyen como herramientas prácticas y filosóficas para acompañar una transición hacia sociedades más justas, equitativas y profundamente humanas y democráticas.

Colombia enfrenta un momento histórico de definiciones. Las heridas del conflicto armado, la persistencia del narcotráfico y la desigualdad estructural heredada de siglos de exclusión territorial, económica y social urgen transformaciones profundas.

 En este contexto, estos tres enfoques emergen como apuestas para una transición democrática con justicia social: la economía circular, la economía popular y el minimalismo. Su articulación no solo representa una respuesta a los desafíos ambientales y sociales contemporáneos, sino también una oportunidad para sanar el tejido social y redistribuir poder en un país históricamente fragmentado.

1. ECONOMÍA CIRCULAR: reconstrucción desde la sustentabilidad.

La economía circular plantea un rediseño del modelo económico, priorizando la regeneración de los ecosistemas y la reutilización de materiales por encima del consumo lineal y extractivista. En Colombia, donde el modelo económico se ha basado en la explotación intensiva de recursos naturales, esta visión representa un giro necesario. Además, ofrece un camino para la inclusión económica en territorios afectados por la guerra. Como señala la Comisión de la Verdad, "la paz exige una transformación estructural del modelo económico que incluya a las regiones históricamente excluidas" (Informe Final, 2022). La economía circular puede ser un componente clave de esa transformación, generando empleo digno y local, especialmente en sectores como la agricultura, el turismo ecológico, el reciclaje industrial y la bioeconomía.

2. ECONOMIA POPULAR: justicia desde abajo

La economía popular, protagonizada por campesinos, mujeres, comunidades afrodescendientes e indígenas y, sectores populares,  ha sido históricamente marginada por el mercado y el Estado. Sin embargo, representa una forma solidaria de producir vida y bienes. En Colombia, fortalecer esta economía implica avanzar en la reforma agraria pendiente, garantizar el acceso a la tierra y el agua, y reconocer el rol fundamental de las comunidades campesinas en la soberanía alimentaria. Como afirma el sociólogo Alfredo Molano, “el conflicto en Colombia ha sido, sobre todo, por la tierra. Sin resolver eso, no habrá paz” (Molano, Desterrados, 2001). Vincular la economía popular con circuitos de economía circular permite no solo aumentar su viabilidad económica, sino también consolidar territorios de paz y autonomía frente a economías ilegales como el narcotráfico.

3. MINIMALISMO: un cambio cultural sobre el consumo. 

En un país atravesado por el hiperconsumo en las ciudades y la precariedad en las periferias, el minimalismo propone una ética de vida centrada en lo esencial. Esta práctica, lejos de ser un lujo urbano, puede ser una herramienta política para combatir el modelo aspiracional que sustenta el capitalismo, el narcotráfico y la economía criminal. Promover una cultura del “vivir sabroso”, como proponen muchas comunidades afrocolombianas, implica desnaturalizar el derroche, revalorizar lo comunitario y descolonizar el deseo. No se trata de tener más, sino de vivir mejor.

4. CONVERGENCIAS para hacer posible UNA SOCIEDAD JUSTA. 

Articular estos tres enfoques no es un ejercicio técnico, sino profundamente político. Se trata de reconfigurar las bases del contrato social colombiano, reconociendo que la justicia ambiental, económica y cultural son indivisibles. La economía circular encuentra en las prácticas ancestrales y populares formas sostenibles de producción; el minimalismo ofrece un horizonte ético para reducir la presión sobre los recursos y sobre las personas; y la economía popular puede ser la columna vertebral de una transición con sentido de lo  humano.

Para que estas alternativas tengan impacto real, deben ser respaldadas por políticas públicas integrales que garanticen tierra, educación, financiación y reconocimiento. En palabras del Acuerdo de Paz de La Habana: “la construcción de una paz estable y duradera requiere democratizar el acceso a los recursos productivos y fortalecer la economía campesina, familiar y comunitaria” (Acuerdo Final, 2016).

Colombia, país de resistencias y esperanzas, tiene en sus territorios, en sus pueblos y en sus saberes populares las claves para una transición justa. No se parte de cero: ya existen miles de iniciativas que reciclan, siembran, comparten y viven con dignidad. El desafío es escucharlas, conectarlas y potenciarlas como ejes de un nuevo modelo de país que se aleja de todo fundamentalismo político y económico y de todo  totalitarismo ideológico. 

CMG- DIA 
Abril 4 de 2025

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