EL TRABAJO REMOTO
como forma sofisticada de explotación laboral
- A qué hora termina tu jornada, bella?...
- Cuando termine el trabajo...-
- y cuando es éso?
- No se... No sé..
En el discurso dominante del siglo XXI, el trabajo remoto ha sido exaltado como un avance hacia la libertad laboral, la conciliación entre vida personal y profesional, y la democratización del empleo. Sin embargo, tras esta retórica seductora se oculta una de las formas más sofisticadas de explotación del trabajo humano. Este modelo, lejos de representar un verdadero progreso para la clase trabajadora, perfecciona los mecanismos de control, intensificación y precarización del empleo. Es, por ello, un modelo absolutamente detestable desde el punto de vista de la dignidad humana, la justicia laboral y la emancipación social.
El trabajo remoto se presenta como una fórmula de empoderamiento, brindando autonomía sobre el tiempo y el espacio. Pero en la práctica, esta “libertad” se convierte en una trampa donde la jornada laboral se difumina, colonizando incluso los momentos de descanso. Como afirma Byung-Chul Han, vivimos en la era del “sujeto de rendimiento”, donde “la autoexplotación es más eficiente que la explotación por parte de otros, porque va acompañada del sentimiento de libertad”. El trabajador remoto, en su aparente autodeterminación, se convierte en vigilante y verdugo de sí mismo.
Lejos de ofrecer privacidad, el trabajo remoto ha sofisticado los métodos de vigilancia empresarial mediante plataformas de monitoreo constante. Shoshana Zuboff advierte que el capitalismo de la vigilancia “convierte cada aspecto de la vida humana en datos susceptibles de ser comercializados”, y el teletrabajo se convierte en campo fértil para esta lógica. Se construye así un panóptico digital más eficaz que cualquier supervisión física, y el hogar se transforma en una extensión de la oficina, con el algoritmo como nuevo capataz invisible.
La expansión del trabajo remoto ha profundizado la tercerización, el empleo informal y los contratos “por prestación de servicios”. El modelo disuelve los derechos laborales históricos y aísla al trabajador, debilitando su capacidad organizativa. En palabras de Silvia Federici, “la precariedad no es solo inestabilidad económica, es también desarticulación del tejido social que permite resistir colectivamente”. Esta fragmentación convierte al individuo en pieza desechable del engranaje productivo, sin red de apoyo ni voz sindical.
Una de las características más cínicas del trabajo remoto es el traslado de los costos operativos al trabajador: conexión a internet, mobiliario, energía eléctrica, mantenimiento. El capitalismo contemporáneo se reinventa continuamente “externalizando los costos hacia el trabajador, el medio ambiente o las generaciones futuras”. Las empresas reducen sus gastos mientras exigen resultados cada vez más altos, perpetuando una lógica de maximización del beneficio a costa del bienestar humano (David Harvey).
El aislamiento, la hiperconectividad y la ausencia de límites están generando una crisis silenciosa de salud mental. La Organización Mundial de la Salud ha alertado sobre el aumento del burnout, o síndrome de desgaste profesional es un estado de agotamiento físico, emocional y mental causado por un estrés crónico relacionado con el trabajo. Ansiedad y la depresión en contextos de teletrabajo sin regulación. “el cuerpo es expulsado del proceso productivo, pero no el sistema nervioso”. Como afirma Franco Berardi.. La explotación no es visible físicamente, pero opera con una violencia simbólica y emocional cada vez más sofisticada.
El trabajo remoto no libera: sofistica los dispositivos de explotación. Se presenta como solución progresista, pero responde a la lógica neoliberal de individualización, autoexplotación y desregulación. Es un modelo detestable porque mercantiliza el tiempo vital, destruye los lazos solidarios, y oculta la violencia estructural del sistema bajo la apariencia de flexibilidad.
Ante esto, se hace urgente construir una crítica radical al teletrabajo como ideología, reclamar formas de organización colectiva y exigir condiciones laborales dignas, reguladas y humanas. Como advirtió Marx: “El trabajo no es la fuente de toda riqueza. La naturaleza es también la fuente, junto con el trabajo, pero aún más es el ser humano el fin último de toda producción”. Recuperar la centralidad del ser humano por encima de la lógica del rendimiento debe ser la consigna de una nueva ética del trabajo.
CMG- DIA
15 DE ABRIL DE 2025
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