LA MUERTE DE LA LECTURA PROFUNDA
Entre la modorra lectora y la banalidad digital.
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Al cierre de la FILBO, a Nathalie y su lectura compulsiva y disciplinada. No todo está perdido.
En tiempos donde la atención es un bien escaso y la inmediatez lo domina todo, la lectura profunda —esa que exige tiempo, compromiso y pensamiento crítico— parece estar en proceso de extinción. Lo que alguna vez fue una práctica central en la formación intelectual y cultural del sujeto moderno, hoy se ve desplazada por formas de lectura fragmentadas, impulsivas y desprovistas de densidad. La modorra lectora se instala como un síntoma de época: leer se convierte en un acto perezoso, disperso y superficial, más próximo al escaneo que al pensamiento, más ligado a la dopamina de las notificaciones que al esfuerzo de comprensión.
Vivimos un momento histórico donde la mayoría lee, pero pocos realmente comprenden. Abundan los textos cortos, los hilos virales, los resúmenes en vídeo y las píldoras informativas. El algoritmo se ha convertido en curador de lecturas, en detrimento de la selección reflexiva y de la exploración autónoma del saber. Se despliega así una lectura precaria, una lectura de lo mínimo, que huye del conflicto semántico, de la ambigüedad, de la necesidad de releer, de detenerse, de dialogar con el texto. Esta lectura corta y ligera puede ser suficiente para sobrevivir en la economía simbólica de las redes, pero es absolutamente insuficiente para construir pensamiento.
A esta banalización se suma el abandono sistemático de los grandes textos —los filosóficos, los literarios, los científicos— por parte de muchos sistemas educativos. El aula ha dejado de ser el espacio del texto complejo, y la universidad —otrora bastión del estudio riguroso— parece hoy cada vez más sometida a criterios de rendimiento, rapidez y consumo inmediato. Lo que antes era lectura crítica, se transforma ahora en “navegación”; lo que era interpretación, se reemplaza por el “like”; lo que era argumentación, cede ante el meme.
Pero no se trata aquí de un gesto nostálgico. No es la defensa del libro como objeto, sino de la lectura como acto de construcción del pensamiento. La lectura profunda no es simplemente una técnica, es una forma de habitar el mundo. Requiere silencio, tiempo, entrega. Implica enfrentarse a ideas difíciles, a estructuras complejas, a argumentos que desafían nuestras certezas. Leer de forma crítica es aprender a pensar con otros, a disentir, a hilar fino, a identificar el núcleo de lo dicho y lo no dicho. Es, en el fondo, un ejercicio de libertad.
Por eso urge reivindicar la lectura juiciosa, responsable y rigurosa. No como un ritual académico o una práctica elitista, sino como condición fundamental de la formación profesional y cultural. Quien no lee profundamente, no piensa con profundidad. Quien no se sumerge en textos exigentes, queda condenado a la trivialidad del eslogan y a la manipulación de las apariencias.
Leer bien es subversivo. Es resistir la velocidad, desafiar la simplificación, darle tiempo a la complejidad. Es volver a construir vínculos con las palabras, con las ideas, con la historia. Frente a la modorra lectora de nuestra época —esa mezcla de fatiga digital, impaciencia estructural y pereza intelectual—, la lectura crítica se convierte en un acto radical, casi revolucionario. Leer a fondo es, hoy más que nunca, un acto de lucidez. Y quizá, también, de esperanza.
CARLOS MEDINA GALLEGO
Mayo 11 de 2025
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