martes, 26 de agosto de 2025

 





MERCENARIOS COLOMBIANOS EN CONFLICTOS GLOBALES 
Crimen transnacional, sicariato y economía de la muerte.

La presencia de colombianos en guerras ajenas ha sido documentada en al menos cuatro continentes, abarcando desde conflictos estatales como el de Ucrania hasta guerras civiles como la de Sudán, pasando por operaciones criminales de alto perfil como el asesinato del presidente haitiano Jovenel Moïse. Lejos de ser un fenómeno explicable solo por precariedad económica o vacíos estatales, la expansión de estos “combatientes privados” responde a una arquitectura criminal transnacional que conecta redes de empresarios de la guerra, corporaciones de seguridad opacas y estructuras del crimen organizado global.

En este esquema, el mercenario colombiano es un agente consciente de la muerte, con motivaciones económicas, sed de poder y vínculos funcionales con prácticas de sicariato. Este ensayo expone cómo el crimen organizado es el núcleo que fomenta, financia y dirige esta maquinaria de guerra privatizada.

I. DE MISIONES OFICIALES AL MERCENARISMO CRIMINAL.

Colombia tiene antecedentes en participación armada internacional, como el Batallón Colombia en la Guerra de Corea (1951-1954) y posteriores misiones de paz en Suez y el Sinaí. Sin embargo, estas operaciones institucionales respondían a acuerdos multilaterales y mandatos internacionales. El giro hacia el mercenarismo como negocio es un producto de la globalización del crimen y la aparición de empresarios privados de la guerra que identificaron en los excombatientes colombianos un capital humano rentable.

Estos empresarios —algunos con fachada de compañías de seguridad, otros operando como brokers de violencia— son quienes estructuran la logística, financian los traslados, negocian pagos y conectan la oferta de mano de obra armada con la demanda de guerras irregulares, golpes de Estado o protección de economías ilícitas.

II. EMPRESARIOS TRANSNACIONALES DEL CRIMEN

A. Redes de reclutamiento y subcontratación

El caso de Sudán es ilustrativo: el reclutamiento de más de 300 colombianos fue organizado desde Emiratos Árabes Unidos mediante empresas pantalla vinculadas a las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), un grupo paramilitar sudanés acusado de crímenes de guerra. Estas empresas ofrecían sueldos de 3 000 a 5 000 dólares, entrenamientos breves y traslado aéreo, controlando cada paso del proceso. No se trataba de improvisados: eran actores empresariales con capacidad logística y contactos en altos niveles políticos y militares.

B. El mercado de la violencia como industria

En Ucrania, empresas de seguridad y agencias intermediarias han reclutado exmilitares colombianos no solo para tareas de combate, sino también para protección de infraestructura crítica, entrenamiento de tropas locales y operaciones de asalto. Este es un mercado de la violencia con facturación millonaria, donde el combatiente colombiano es un insumo fungible y barato comparado con soldados occidentales.

C. Fusión entre crimen organizado y corporaciones privadas

El nexo con cárteles como el CJNG en México demuestra que estas redes no distinguen entre guerras formales y operaciones criminales: el mismo combatiente entrenado en Ucrania o Medio Oriente puede ser transferido a un cartel para sicariato, control territorial y operaciones paramilitares urbanas. Esto confirma que el mercado global de mercenarios es, en esencia, un ecosistema del crimen organizado.

III. EL MERCENARIO COMO MERCADER ACTIVO DE LA MUERTE 

La narrativa que presenta al mercenario como víctima pasiva de la pobreza o de la falta de oportunidades no resiste el análisis de casos concretos. Hay un patrón repetido:

1. La decisión es voluntaria. La mayoría aplica de forma consciente a convocatorias que describen la naturaleza armada y riesgosa del trabajo.

2. La búsqueda de beneficio económico en dólares.  Los pagos ofrecidos —no siempre cumplidos— superan ampliamente los ingresos legales disponibles en Colombia oscilando entre 3500 y 5000 dólares mensuales. 

3. La transferencia de habilidades letales. los mercenarios llevan a otros conflictos las tácticas de contrainsurgencia, asalto y sicariato adquiridas en Colombia. Son agentes de muerte. 

4. La aceptación de vínculos criminales. La línea entre operaciones militares y actividades de carteles o mafias es difusa, y los participantes suelen cruzarla deliberadamente. El interés es la renta sin importar la procedencia. 

En Haití, los 26 colombianos implicados en el asesinato de Moïse no fueron simples “guardias de seguridad” confundidos: participaron en un operativo planificado, con objetivos de captura y eliminación física, siguiendo un libreto clásico de sicariato a gran escala.

IV. SICARIATO TRANSNACIONAL: LA ESCUELA COLOMBIANA EXPORTADA.

Colombia ha desarrollado, en su historia reciente, una cultura criminal en la que el sicariato es un oficio especializado, con jerarquías, técnicas y códigos propios. Esta experiencia, surgida del narcotráfico, el paramilitarismo y las prácticas de terrorismo de Estado es hoy una marca exportable para redes criminales globales.

En México, los ex-militares colombianos han reforzado las unidades armadas de carteles, aportando conocimientos en prácticas de francotirador, manejo de explosivos y control de zonas rurales.

En África, grupos insurgentes o paramilitares han contratado ex-militares colombianos para tareas de eliminación selectiva de enemigos políticos y líderes comunitarios.

En Europa del Este, estos ex-militares se han integrado a brigadas internacionales donde su papel se asemeja más al de asesinos a sueldo que al de soldados regulares.

El mercenario colombiano,  actúa así como multiplicador de letalidad: donde llega, eleva el nivel de violencia y sofistificación táctica.

V. LA ESTRUCTURA CRIMINAL COMO RESPONSABLE PRINCIPAL 

Centrar el debate en la “falta de oportunidades” desvía la atención del verdadero núcleo del problema: la estructura criminal transnacional que convierte la guerra y la violencia en un negocio.

El dinero que paga a estos mercenarios no sale de fondos estatales, sino de economías ilícitas: narcotráfico, tráfico de armas, minería ilegal y contrabando. Empresas fachada canalizan pagos, compran armas y mueven combatientes entre continentes, en una dinámica idéntica a la de cualquier conglomerado corporativo, pero con un producto letal.

Estos empresarios tienen capacidad de corromper autoridades locales, facilitar documentos, asegurar rutas y proteger a sus activos humanos. Su red de protección garantiza impunidad y continuidad del negocio, más allá de leyes nacionales o tratados internacionales.

El combatiente que hoy sirve en una guerra africana puede mañana estar en un operativo del narcotráfico en Centroamérica. Las redes criminales ven al mercenario como un recurso humano multiuso, adaptable a cualquier escenario donde se requiera violencia profesional.

VI. IMPLICACIONES GLOBALES 

El mercenarismo colombiano actual debe entenderse como un eslabón más del crimen global, con consecuencias concretas: Eleva la capacidad ofensiva de grupos no estatales intensificando los conflictos armados; transfiere a otros contextos la experiencia acumulada en la violencia colombiana expandiendo el sicariato internacional; convierte la eliminación física de adversarios en un servicio más del mercado criminal. Normaliza el asesinato por contrato. Son "trabajadores" cuyo oficio es matar.

IDEAS FUERZAS A MANERA DE CIERRE

El fenómeno de los mercenarios colombianos no es, en esencia, una falla del Estado nacional, aunque la falta de regulación y control facilite su existencia. Su motor central es el crimen organizado transnacional, dirigido por empresarios de la guerra que han convertido la violencia en una mercancía global, y por individuos que aceptan ser parte activa de esa maquinaria.

Los mercenarios no son simplemente víctimas del sistema: son actores conscientes, agentes de la muerte, dispuestos a matar por contrato, integrados en la lógica del sicariato internacional. El problema no se resolverá con programas sociales, sino con una ofensiva coordinada contra las redes empresariales del crimen, la desarticulación de sus mecanismos financieros y la persecución judicial de quienes contratan, transportan y pagan a estos combatientes criminales.

La exportación de sicarios de élite desde Colombia hacia guerras extranjeras es la demostración más brutal de cómo el país ha pasado de ser escenario de violencia a convertirse en proveedor global de asesinos profesionales. Y mientras el negocio sea rentable, las guerras del mundo seguirán teniendo un contingente colombiano en la línea de muerte.

CARLOS MEDINA GALLEGO 
Historiador- Analista Político

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