ELECCIONES EN BOLIVIA: LA FRACTURA DEL MAS y LAS LECCIONES PARA LA IZQUIERDA PROGRESISTA
Las elecciones en Bolivia de 2025 (y el proceso que las antecedió desde 2019) constituyen uno de los episodios más significativos para analizar los dilemas de la izquierda latinoamericana contemporánea. El Movimiento al Socialismo (MAS), que durante casi dos décadas fue hegemónico y supo articular a sectores indígenas, populares, sindicales y progresistas, entró en un ciclo de divisiones internas que terminó afectando no solo su capacidad de gobierno, sino la propia credibilidad de un proyecto que había sido referencia regional.
El análisis de estas elecciones exige comprender la trayectoria histórica del MAS, los factores que llevaron a su fragmentación, las dinámicas del enfrentamiento entre Evo Morales y Luis Arce, y las consecuencias políticas y sociales de un proceso electoral marcado por la polarización interna más que por un enfrentamiento tradicional entre izquierda y derecha. El balance ofrece lecciones cruciales para la izquierda progresista de América Latina, en particular en lo que respecta a la renovación de liderazgos, la gestión de la democracia interna y la articulación con movimientos sociales.
EL MAS EN PERSPECTIVA HISTÓRICA
El MAS surgió a finales de los años noventa como un movimiento político que aglutinó sindicatos cocaleros, organizaciones campesinas e indígenas, y sectores populares urbanos excluidos del neoliberalismo boliviano. Bajo el liderazgo de Evo Morales, llegó al poder en 2006 con una narrativa centrada en la soberanía nacional, la defensa de los recursos naturales y el reconocimiento de los pueblos indígenas como sujetos políticos.
Durante más de una década, el MAS fue capaz de mantener una hegemonía basada en tres pilares:
1. Redistribución económica y estabilidad macro: El boom de los precios de las materias primas permitió financiar políticas sociales que redujeron la pobreza y ampliaron la clase media.
2. Construcción de un Estado plurinacional: La Constitución de 2009 reconoció formalmente la diversidad étnica y cultural de Bolivia, transformando la estructura institucional.
3. Liderazgo carismático de Evo Morales: Su figura condensaba el imaginario de un indígena en el poder por primera vez en la historia del país.
Sin embargo, esta hegemonía también acumuló tensiones: concentración de poder en torno a Evo, subordinación de movimientos sociales al aparato estatal, y conflictos entre desarrollo extractivista y demandas indígenas-ambientales.
El PUNTO DE QUIEBRE: 2019 y SUS CONSECUENCIAS
Las elecciones de 2019 marcaron el inicio de la fractura del MAS. El intento de Morales de buscar una cuarta reelección —tras un referéndum en 2016 que le negó esa posibilidad— minó su legitimidad. Las denuncias de fraude electoral y la crisis política posterior llevaron a su renuncia y a un gobierno transitorio encabezado por Jeanine Áñez, que a su vez radicalizó la confrontación con el MAS.
El retorno del MAS en 2020 con la elección de Luis Arce como presidente parecía una recomposición. Sin embargo, en vez de fortalecer al movimiento, abrió una disputa entre dos legitimidades:
La legitimidad histórica de Evo Morales como líder fundador, exiliado y referente simbólico.
La legitimidad institucional de Luis Arce como presidente en ejercicio, con un discurso más tecnocrático y moderado.
La tensión se agravó con la creación de bloques internos, denuncias cruzadas y una creciente incapacidad de resolver diferencias mediante mecanismos democráticos internos.
ELECCIONES CON UN MAS DIVIDIDO
El proceso electoral reciente estuvo marcado por la división formal del MAS en dos facciones: el evismo y el arcismo. Cada uno presentó candidaturas y buscó legitimarse como el heredero auténtico del proceso de cambio. Esto tuvo varias consecuencias:
1. Fragmentación del voto popular: La división restó la posibilidad de mantener una mayoría contundente. Sectores indígenas, campesinos y urbanos se dispersaron entre ambas opciones.
2. Debilitamiento del proyecto histórico: La disputa interna opacó el debate programático frente a la derecha, reduciendo el proceso electoral a un conflicto personalista.
3. Desgaste institucional: Los tribunales electorales, el parlamento y la propia gestión del gobierno quedaron atrapados en la disputa entre facciones.
El resultado electoral mostró que, aunque el MAS sigue siendo una fuerza importante, perdió la capacidad de presentarse como un bloque cohesionado. La derecha y las fuerzas conservadoras, aunque debilitadas, aprovecharon la división para reposicionarse en regiones clave, como Santa Cruz.
ANÁLISIS CRÍTICO DE LA FRACTURA
El caso boliviano ilustra varias tensiones que atraviesan a la izquierda latinoamericana:
1. Caudillismo vs. democracia interna
La dificultad del MAS para generar liderazgos colectivos y renovar cuadros políticos refleja un problema estructural de los movimientos progresistas. El personalismo de Evo Morales, si bien fue un factor de cohesión, se transformó en un obstáculo cuando se negó a dar paso a nuevas generaciones.
2. Estado vs. movimientos sociales
El proceso de “estatización” de los movimientos sociales, que en sus inicios fueron la base del MAS, derivó en una pérdida de autonomía y capacidad crítica. Una vez dividida la cúpula, las bases quedaron fragmentadas, debilitando la articulación social que dio origen al proyecto.
3. Extractivismo y contradicciones programáticas
Las tensiones entre desarrollo económico vía extractivismo (hidrocarburos, litio, agronegocio) y las demandas indígenas y ambientales nunca se resolvieron. Estas contradicciones reaparecieron en campaña, con cada facción intentando presentarse como la más fiel a la “agenda original del proceso de cambio”.
4. Internacionalismo y aislamiento
Mientras en la década de 2000 existía una oleada progresista regional que fortalecía al MAS, hoy el contexto es más complejo. La fragmentación boliviana reduce la capacidad de articular un frente común en América Latina, debilitando el peso internacional del progresismo.
ENSEÑANZAS PARA LA IZQUIERDA PROGRESISTA
De la experiencia boliviana se desprenden lecciones valiosas para otras izquierdas en América Latina:
a) Renovación de liderazgos
La permanencia indefinida en el poder genera desgaste, incluso en proyectos transformadores. La izquierda debe crear mecanismos institucionales para renovar liderazgos sin que ello implique rupturas traumáticas.
b) Construcción de democracia interna
Los partidos progresistas no pueden depender de un caudillo. Necesitan estructuras democráticas que permitan procesar diferencias y evitar que los conflictos se conviertan en fracturas irreconciliables.
c) Cohesión frente a la derecha
La experiencia muestra que la principal amenaza para los proyectos progresistas no siempre proviene de la derecha externa, sino de la incapacidad de resolver disputas internas. Una izquierda dividida abre la puerta al retorno conservador.
d) Replantear el modelo económico
El extractivismo puede generar recursos de corto plazo, pero también profundiza contradicciones con las comunidades indígenas y los movimientos ambientales. La izquierda debe explorar modelos de transición que equilibren justicia social con sostenibilidad ambiental.
e) Reafirmar la autonomía de movimientos sociales
La cooptación estatal debilita la capacidad de los movimientos para actuar como contrapesos y sostener la vitalidad del proyecto. Una izquierda sólida requiere de organizaciones sociales autónomas que fortalezcan la legitimidad desde abajo.
f) Articulación regional
El debilitamiento del MAS resalta la necesidad de que la izquierda latinoamericana construya redes más allá de liderazgos individuales, articulando agendas comunes frente a un contexto global de crisis climática, migratoria y económica.
IDEAS FUERZA A MANERA DE CIERRE
Las elecciones bolivianas recientes son una advertencia para las izquierdas progresistas: ningún proyecto, por exitoso que haya sido, está exento de la erosión que provocan el personalismo, la falta de democracia interna y las contradicciones programáticas no resueltas.
El MAS, que fue un símbolo continental, terminó prisionero de una disputa entre liderazgos que priorizaron su supervivencia personal sobre la unidad del proyecto. Esto debilitó la credibilidad del proceso de cambio y abrió espacios para que sectores conservadores recobraran fuerza.
La enseñanza es clara: la izquierda progresista necesita reinventarse constantemente, evitar el encierro en liderazgos eternos y aprender a procesar democráticamente la diversidad de corrientes que la componen. Solo así podrá sostener proyectos de largo plazo capaces de responder a los desafíos de la desigualdad, el autoritarismo y la crisis ambiental que atraviesan la región.
El caso boliviano no debe verse solo como un fracaso parcial, sino como una advertencia y, al mismo tiempo, una oportunidad de aprendizaje para repensar el futuro de la izquierda latinoamericana en clave democrática, plural y renovadora.
CARLOS MEDINA GALLEGO
Historiador- Analista Político
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