jueves, 8 de julio de 2021

 


Movilización Fractal y Explosión Popular

Una reflexión sobre la protesta legítima en Colombia

 

CARLOS MEDINA GALLEGO

Docente – Investigador

Universidad Nacional de Colombia

 

 

Movilización fractal y explosión popular

 Caracterizar el movimiento de la protesta social fractal, entendida está,  como una particular forma de la protesta social legítima que, en el marco de los problemas estructurales de la sociedad, repite de manera semejante el mismo patrón de protestas  a diferentes escalas y con diferente orientación,  dependiente  en lo esencial de las especificidades de los territorios y de las poblaciones, así como, de la multitud de agendas reivindicativas y transformadoras expresadas en una coyuntura específica frente a un problema particular que adquiere  distintos componentes conforme se va transformando en sus propósitos y en sus dinámicas, es un primer acercamiento para explicar lo que está ocurriendo en las últimas décadas en Colombia y en general en América Latina.

 Este modelo de resistencia y movilización fractal tiene unas dinámicas particulares que irrumpen con fuerza a través de la movilización multitudinaria y pacífica, acompañada de explosiones de inconformidad popular por fuera de todo ordenamiento  que constituye una fuerza de no fácil control y coordinación realizada  con desiguales niveles de intensidad en los territorios, por los pobladores articulados a distintas expresiones de organización e intereses y,  que se disuelve y reactiva de manera permanente a través de distintas expresiones de movilización pacífica cargadas de imaginación, creatividad, fiesta, arte y poesía, con  bloqueos y hechos de violencia aislada.   

 La particularidad de estas formas de la protesta social y la movilización en general es que se expresan de la misma forma o estructura en todo lugar, sin que necesariamente estén bajo un único centro de coordinación y articulación,  lo que genera que se den a diferente escala, con distintos propósitos y duraciones. Se expresan como pálpito acumulado de la inconformidad social que explotan a distinto nivel, ligeramente deformados por hechos delictivos o de violencia de naturaleza variada, que van desde el convencimiento que el Estado solo entiende y atiende el lenguaje de la violencia, usada como amplificador comunicativo de la protesta, pasando por violencias de desesperanza y hambre que se expresan en el saqueo a almacenes de alimento y ropas o actos de delincuencia común oportunista que asaltan los propósitos de la movilización y la deslegitiman, hasta  la violencia institucional infiltrada de confrontación y ruptura con propósitos dispersores o, la violencia institucional abierta que se expresa en el ejercicio de la brutalidad policial y las prácticas de criminalidad y terrorismo de estado con fuerzas parapoliciales y paramilitares que operan en connivencia.

 Causas y determinantes de la movilización

 La legitimidad de la movilización se construye desde las causas y determinantes que la generan, unidas siempre, a la defensa de los derechos fundamentales que garanticen una vida digna de los ciudadanos y sus familias, la defensa de las poblaciones y sus territorios, las luchas reivindicativas de los movimientos sociales y étnicos, las reivindicaciones específicas de los movimientos juveniles, universitarios y populares,  la creciente movilización por causas ambientalistas y de género,  la conformación de nuevas ciudadanías con sus propias agendas entre un centenar de motivaciones  que buscan confrontar las políticas públicas restrictivas de derechos, la conversión de estos en mercancías por la vía de la privatización neoliberal y,  cada vez más, la creciente situación de desesperanza e incertidumbre generada por los problemas estructurales de la pobreza multidimensional, el hambre crónica y el desempleo absoluto.

 Amplios sectores de la población se sienten a la deriva de cualquier posibilidad de vida digna, desconocidos e ignorados por la sociedad y el estado, atropellados por políticas económicas criminales que los arrojan a las redes de la informalidad y la delincuencia, al rebusque diario para la subsistencia, a economías subterráneas de expoliación criminal, a la degradación extrema de sus condiciones de existencia en un modelo moderno de esclavismo indigente. A estos sectores se están sumando trabajadores de las clases medias articulados a los sistemas productivos por relaciones laborales y prestacionales precarizadas que ven derrumbarse en el día a día, entre el endeudamiento y la necesidad, su nivel de vida digna y el espectro de sus comodidades sostenidas con grandes esfuerzos e incertidumbres. Nadie está libre del empobrecimiento creciente que es consustancial a las relaciones de poder económico y político que domina y gobierna el planeta a través del capitalismo neoliberal que ha construido un orden de desigualdad, inequidad y exclusión insostenible.

 Las condiciones de violencia estructural en que viven las poblaciones con el recorte permanente y sostenido del ejercicio de sus derechos a la vida, alimentación, vivienda digna, educación, salud, recreación y seguridad han alimentado durante años su inconformidad popular y social, que ha sido adormecida por falsas promesas de los gobernantes con la estrategia de engaño y alienación de los medios de comunicación, la instrumentalización emocional del odio contra sí mismos y sus semejantes en una execrable discriminación entre las “gentes de bien” y las “gentes del común”, consideradas como un lastre y desechables.

 Esas gentes del común han acumulado su inconformidad y sus rabias durante décadas y han madurado en el convencimiento de que el Estado y los gobiernos, no resuelven nada, no atienden sus demandas, no cumplen los acuerdos y cada vez de manera más inaceptable e irresponsable impulsan políticas públicas y reformas profundamente lesivas, que aumentan el empobrecimiento al nivel del hambre extrema obligando a la movilización y a la protesta social y ciudadana como única salida.

 La explicación de las causas de la movilización y la violencia por parte de la institucionalidad siempre es la misma: atribuir a la movilización una estrategia desestabilizadora, una conspiración internacional contra la sociedad y el Estado; la existencia de intereses políticos ocultos para colocarse contra el orden institucional y legal, entre otro mundo de falacias que desconocen que son sus políticas, sus subordinados planes de desarrollo a las economías extractivistas y a los interés transnacionales los que han ido generando esta bomba de tiempo que explota en las protestas y en la movilización y que cada vez es más difícil de detener porque no existe desde ese modelo de explotación ninguna oferta de salidas. Lo que ha hecho crisis es el modelo neoliberal y que esa crisis se vea reflejada en el espejo de la protesta y la movilización social.  El modelo neoliberal es estrecho para esta sociedad y sostenerlo es posible únicamente, a través de la fuerza. Se utilizan las armas de la nación contra la nación misma. No se sabe si es el fin del modelo neoliberal, lo que se sabe  es que es el tiempo de la resistencia popular y los cambios urgentes y necesarios.

 El hambre derrotó los miedos…

 Cuando la gente del común se pone en la primera línea de la protesta y la movilización popular, se entiende  que lo que la motiva es el hambre. No existe otra opción que las vías de hecho para llamar la atención, este es un movimiento que es necesario entenderlo en su propia lógica. Desde luego que hay cientos de agendas, variadas y diversas, pero detrás de todas lo que está en juego es la vida misma, como vida digna, como derechos fundamentales.

 Estamos en una coyuntura muy particular en la que se mezclan los problemas estructurales con las especificidades de la coyuntura. Hay una expresión de la inconformidad y el hastío de la pobreza y el empobrecimiento creciente en el país, que se articula y se manifiesta frente a un paquete de reformas que sucumben ante las necesidades del hambre y la pobreza. Mas allá de la reforma tributaria, a la salud, laboral o pensional lo que habita en la protesta es la rabia del hambre y esa rabia se ha desprendido de todo miedo, porque cuando la única oferta de vida que existe es la muerte, entonces la muerte pierde el sentido aterrador que tiene y se vuelve causa de vida y de protesta.

 La instrumentalización criminal de la fuerza pública por el gobierno del presidente Iván Duque y su coalición, no muestra otra cosa que su incapacidad para encontrar salidas distintas a la utilización de la violencia y esto lo ha entendido la población en la protesta, que con la construcción de las primeras líneas ha perdido todo temor a la acción criminal de la fuerza pública y con desproporcionalidad absoluta busca enfrentarla con imaginación. Ha ocurrido algo inédito en la historia de la protesta y la movilización ciudadana, le han traslado el miedo a la fuerza pública que es ahora, una fuerza temerosa actuando con torpeza bajo la dirección de mandos irresponsables que miran el espectáculo desde los puestos de mando unificado o los centros de operaciones, cuando no por los televisores donde los noticieros tuertos, mirando los conflictos desde el ojo de los intereses dominantes.   

 La población que está en las calles estuvo durante décadas rumiando su rabia y desesperanza en la intimidad de los dolores de sus necesidades, el fin parcial de la guerra a través del proceso de paz, dio origen a un periodo de transición cuya característica más sobresaliente es que la gente del común retomó las banderas de la movilización y la protesta y se lanzó a las calles libre de toda estigmatización. Al miedo lo derrotó  el hambre.

 Las movilizaciones son un producto del proceso de paz, porque en el inconsciente colectivo surgió la necesidad de superar el miedo, tomar sus propias agendas reivindicativas y propiciar la lucha política y transformadora. La agenda de los movimientos sociales es independiente de las guerrillas, hay una maduración en la sociedad y la juventud para salir a movilizarse o participar y no optan por la violencia como forma de lucha sino la presencia multitudinaria en las calles. Esa juventud ha generado una esperanza muy grande que, aunque se expresa espontáneamente no se expresa mayoritariamente en torno a formas organizativas convencionales, ni a las prácticas de violencia. Hay una guerra sucia contra la movilización social, criminal y calculada desde el Estado y eso hay que detenerlo.

 No hay que perder de vista que este es un gobierno ultra neoliberal con políticas exacerbadas neoliberales que la pandemia puso de relieve con todos los indicadores de pobreza y hambre en un proceso de enriquecimiento y acumulación descarada de las élites económicas soportado sobre prácticas de violencia institucional y es contra esto, que se está enfrentando la sociedad movilizada. La corrupción y la guerra son el mecanismo de manejo del poder del Estado en el actual gobierno, es un narcoestado, capturado por las élites emergentes que se sometió a las élites tradicionales corruptas.  La estrategia de la guerra contra el narcotráfico se dirige contra la sociedad. Un gobierno débil, autoritario y en declive es muy peligroso porque recurre con más fuerza a la violencia, utilizando todo su potencial criminal de la ley y de la fuerza.

 La salida:  Un laberinto de búsquedas

 Los que están en las calles son los jóvenes de Colombia y los sectores populares, estamos hablando de una multitud dispersa que se convoca a la movilización desde distintas consignas y a través de distintos medios. Las formas y las maneras en que se organiza la gente son muy diversas, así como las formas de protección que se están construyendo. La protesta se dirige contra símbolos que representan la opresión y son la razón de la inconformidad de los sectores populares.

 No es una protesta desestabilizadora es una protesta de agendas reivindicativas diversas que han sido incumplidas por décadas y, esta situación hace que no haya una fórmula para resolver este problema, hay incertidumbre en relación con las salidas, porque hay rabia y hastío contra la institucionalidad y hay incredulidad absoluta, en un escenario de usurpaciones de la representatividad legítima.

 Ahora no funciona la simulación de un diálogo con fuerzas que no representan a nadie, para luego incumplir acuerdos o llenar el imaginario de promesas desmovilizadoras. Es necesario entender a profundidad la naturaleza de la protesta para poderle dar una salida.

 En las últimos tres décadas en Colombia se han generado unas circunstancias de victimización que fueron reconfigurando las lógicas de la protesta. Las ciudades se han tocado en sus realidades y se han desprendido de la comodidad de lo urbano en un contexto donde la guerra estaba en lo rural. Los medios digitales nos pusieron en tiempo real frente a la movilización y la violencia y han generado una dinámica de solidaridad no solo nacional sino internacional. El volumen de información que circula por las redes pone en evidencia la crudeza del comportamiento institucional frente a la protesta, la barbaridad policial, la presencia militar, los desgarradores hechos de tortura, la violencia y la muerte.

 Estos hechos han conmovido al planeta.  La movilización está regada por el mundo en las principales ciudades de Estados Unidos, Europa, Asia y América latina; se ha manifestado la solidaridad mundial en plazas, calles, sitios emblemáticos y en las puertas de los consulados y embajadas han levantado las banderas de la Colombia enlutada y herida por el terror del Estado. La protesta ha convocado pronunciamientos de la alta comisionada para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, de la Comunidad Europea, del responsable de los Derechos Humanos del Congreso de los Estados Unidos, de la comunidad académica e intelectual del mundo, de los premios nobel y ha llenado los más importantes noticieros y periódicos del mundo. El único que no ha entendido la dimensión de la protesta es el gobierno autista, experto en engaño y simulación, del presidente Iván Duque Márquez.

 La protesta y la comunidad internacional reclama con urgencia la desmilitarización de las ciudades, parar la violencia desbordada y criminal en la ciudad de Cali, llevar la educación política a las calles en el camino de consolidar una nueva cultura política ciudadana centrada en la defensa de los derechos.

 En las calles están los hijos y las hijas de los éxodos y las desesperanzas. Están los jóvenes de las universidades de todas las clases al lado de los sectores populares, rechazando la época que se les quiere heredar porque es una época de pobreza, hambre, desempleo y deshumanización.

 Hay una rebeldía urbana-rural que ha coincidido en un mismo propósito de movilización que obliga a pensar en un escenario transformador porque la oferta de solución institucional no es la que reclama la sociedad actualmente. 

 La calle se ha convertido en un lugar para la democracia descalza. El barrio y la vereda están entrando en la geopolítica y las políticas de seguridad global y los escenarios de la disputa política democrática. Hay que releer el mundo y pensar en las lógicas políticas que están asumiendo los poderes económicos y la extrema derecha. Hay que superar la dialéctica de los odios premodernos en la que nos quieren mantener enfrentados y sometidos.

 Sí, lo que está pasando en el país es un estallido popular, pero este estallido no va a permanecer eternamente en las calles, se va a mover entre la movilización efectiva y la movilización latente, es necesario encontrar una salida que conserve la capacidad de movilización de la gente.  El movimiento se aplacará un poco, pero resurgirá con frecuencia contra un Estado social de Derecho que niega los derechos y reprime.

 Este es un momento difícil, seguramente algunos sectores quieren resolver sus problemas de manera definitiva. Es un momento de crisis crónico de grandes incertidumbres. El gobierno está ganando tiempo para poder enfrentar este proceso. Está buscando impulsar el proceso de refundación de la patria que se planeó desde la década de los noventa entre las clases emergentes, el narcotráfico y el paramilitarismo y se la va a jugar toda por defender ese proceso de captura criminal del Estado.

 Teniendo presente estas circunstancias es necesario construir una ruta para sortear las demandas en torno a las cuales se mueve el PARO NACIONAL a partir del reconocimiento de todas las fuerzas y agendas que participan en él, que no son solamente de las organizaciones políticas, los movimientos sociales y el Comité Nacional de paro. Para garantizar esa participación amplia es necesario que el estado en su conjunto, esto es, el estado nacional, departamental y municipal, convoque mesas de conversación y acuerdos con los organizadores y representantes de la movilización social en los territorios. 

 No sólo hay que atender la agenda central, sino, igualmente las agendas regionales qué son las que constituyen las reivindicaciones más sentidas de las poblaciones que se han movilizado. Hay que sentar en esas mesas al protagonista central de estas movilizaciones y quién ha puesto la mayor cuota de sacrificio, la juventud universitaria y popular para atender sus reclamos y darles protagonismo en las soluciones.

 Hay que colocar al centro de la solución tres problemas que son estructurales: la pobreza, el hambre y el desempleo. La situación económica de los colombianos obliga a tomar en consideración la propuesta de RENTA BASICA.Las reformas a la salud, laboral y pensional deben ser el resultado de un larguísimo proceso de conversaciones y de consensos con todos los sectores de la sociedad, trabajadores, empresarios y pensionados. 

 Una reflexión especial y un acuerdo al respecto debe resultar del tratamiento del comportamiento de la fuerza pública frente a la legítima protesta y esto obliga a determinar la regulación efectiva del uso de las armas en el marco del ordenamiento constitucional. De este punto se deriva necesariamente una reforma a las fuerzas militares y de policía que les permita cumplir de manera efectiva con su misión constitucional y la salvaguarda de los derechos humanos en el camino de recuperar el ordenamiento legal la legitimidad de la qué debe gozar, por el reconocimiento que la población hace de su desempeño. 

 Es muy importante mantener en alto el optimismo y el entusiasmo de la movilización legítima y pacífica como un patrimonio de una sociedad que se construye en la ampliación de la democracia descalza y llamar la solidaridad permanente de las Naciones Unidas , el Comité de la Cruz Roja y la comunidad internacional para que actúen en solidaridad con las comunidades y demanden al Estado por la política oficial de abuso policial generalizado que opera en todo el país que ya tiene muertos, desaparecidos, violación sexual y un elevado número de heridos. Las organizaciones de Derechos Humanos tienen la responsabilidad de evidenciar los hechos de violencia institucional y llamar el acompañamiento internacional.

  La movilización no va a detener sus pálpitos de protesta legítima, se va a mantener de manera constante en los próximos años en la historia del país hasta encontrarse con la satisfacción de derechos fundamentales.  Hay una conciencia mayor de la población en las razones de la movilización de las comunidades.

 Es necesario entender este momento, poder explicarlo e interpretarlo correctamente, para poder actuar adecuadamente conforme a las exigencias del momento concreto.

 Hay que ponderar en alta estima la solidaridad ciudadana de los profesionales de la salud y la valentía de la juventud. Esta movilización no atiende a ninguna agenda reivindicativa, es la explosión de años y décadas de abusos de la explotación a la que ha sido sometido el pueblo.   Este es un movimiento por la dignidad y contra la violencia criminal y opresiva del Estado y las élites políticas y económicas del país.

 Referencias. Este artículo se escribió con las notas de investigación del autor que han dado origen a varios textos a lo largo de las últimas semanas en particular Colombia: Resistencia y movilización Fractal, publicado por la plataforma analítica de El comején, en Europa; Diez ideas fuerza para construir una salida. Así como las reflexiones realizadas al respecto de la movilización en Aula Libre y en el Centro de Pensamiento. Punto de Encuentro.

 

 

 

 

 


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