LA PROCASTRINACIÓN EN LA GESTIÓN
PÚBLICA
Un cáncer silencioso que mina los resultados de los gobiernos y corroe los
derechos fundamentales
De una conversación con mi hija
GABRIELA, sobre el significado del término.
La procrastinación —el hábito de postergar tareas, decisiones
o responsabilidades importantes sin una razón justificada— suele asociarse al
ámbito personal. Sin embargo, su impacto en el terreno de la gestión pública es
profundo, corrosivo y, a menudo, subestimado. En el contexto gubernamental,
cuando los actores del aparato estatal procrastinan, no solo comprometen la
eficiencia y eficacia del Estado; lo que está en juego son derechos
fundamentales, calidad de vida, confianza ciudadana y, en última instancia, la
legitimidad misma de los gobiernos.
En este artículo explorare cómo la procrastinación en la
gestión pública —que no es sino un disfraz elegante para la negligencia, la
falta de voluntad política o incluso la corrupción solapada— aniquila los
resultados de los gobiernos de cualquier tipo, socava la ejecución de sus
planes de desarrollo y deteriora los pilares de la democracia y el bienestar
social lo que resulta más grave en un gobierno progresista.
1. Procrastinación en la gestión pública: definición y
dimensiones
Procrastinar, en la administración pública, no es simplemente
demorar procesos burocráticos por inercia. Es postergar deliberadamente
decisiones estratégicas, retrasar la implementación de políticas prioritarias,
aplazar la resolución de cuellos de botella o posponer la asignación de
recursos para acciones fundamentales. Estas demoras pueden surgir de múltiples
fuentes:
a.
Desidia
o falta de liderazgo.
b.
Temor al
costo político de ciertas decisiones.
c.
Falta
de coordinación interinstitucional.
d.
Presiones
de grupos de interés que buscan frenar cambios estructurales.
e.
Incapacidad
técnica o incompetencia gerencial.
f.
Burocratización extrema que encubre la
inacción.
Cuando este comportamiento se naturaliza, genera un círculo
vicioso de inacción institucional, que afecta especialmente a las políticas
públicas que garantizan derechos fundamentales, como la salud, la educación, la
vivienda, la seguridad social y la protección del medio ambiente.
2. Impacto sobre los planes de desarrollo
Los planes de desarrollo son la hoja de ruta de los
gobiernos. Allí se comprometen objetivos estratégicos, indicadores de impacto,
metas y líneas de acción para mejorar las condiciones de vida de la población.
Su ejecución requiere no solo voluntad política sino también celeridad,
capacidad gerencial y compromiso ético. La procrastinación, en este contexto,
es letal:
a.
Retraso en la materialización de resultados. Los objetivos definidos en el papel
no se trasladan a acciones concretas. Los cronogramas se incumplen y las metas
se postergan indefinidamente.
b.
Desviación presupuestal. Los recursos asignados quedan congelados o se redireccionan
de forma ineficiente. Los saldos de apropiación no ejecutados se convierten en
una muestra vergonzosa de incapacidad administrativa.
c.
Obsolescencia de las políticas. Las dinámicas sociales y económicas avanzan mucho más
rápido que la acción gubernamental. Políticas diseñadas para contextos
determinados pierden pertinencia si su ejecución se posterga, volviéndose
anacrónicas.
d.
Pérdida de credibilidad del gobierno. La ciudadanía percibe con claridad la distancia
entre las promesas de los planes de desarrollo y los resultados tangibles. Este
desencanto erosiona la confianza y el respaldo popular.
e.
Ineficiencia sistémica. La procrastinación genera sobrecostos: el aplazamiento de
soluciones incrementa los problemas, obliga a posteriores intervenciones de
emergencia y multiplica los gastos asociados.
3. El caso de las políticas públicas de garantía de derechos
El daño causado por la procrastinación es aún más grave
cuando se trata de políticas públicas orientadas a garantizar derechos
fundamentales. Aquí, el costo de la demora no es abstracto: se mide en vidas
humanas, generaciones condenadas a la pobreza, enfermedades evitables,
violaciones a la dignidad, sufrimiento evitable. Veamos algunos ejemplos:
Salud pública: postergar la ampliación de redes hospitalarias, la compra de
medicamentos esenciales o la implementación de programas de prevención provoca
muertes evitables y crisis sanitarias.
Educación: demorar la construcción de infraestructura escolar o la
actualización curricular perpetúa la desigualdad y limita el acceso de las
poblaciones más vulnerables a una educación de calidad.
Vivienda digna: procrastinar en los programas de vivienda social o en la
regularización de títulos de propiedad condena a millones de familias a vivir
en condiciones precarias e inseguras.
Medio ambiente: aplazar la adopción de políticas de mitigación y adaptación
al cambio climático agrava la vulnerabilidad ambiental de los territorios y
compromete el bienestar de las futuras generaciones.
Justicia: postergar reformas judiciales, la dotación de recursos a las defensorías
públicas o la descongestión de los tribunales perpetúa la injusticia
estructural y el acceso desigual a la justicia.
Cada día que un burócrata, un alto funcionario o una
autoridad local decide “dejar para mañana” la implementación de una política
pública, se violan derechos humanos y se perpetúan las desigualdades sociales.
4. Procrastinación como corrupción solapada
La procrastinación en la gestión pública no puede entenderse
únicamente como un defecto de carácter o un problema cultural. En muchos casos,
es una estrategia deliberada de corrupción solapada:
a.
Congelamiento de políticas incómodas: Grupos de interés o sectores del Estado pueden
impulsar la procrastinación de reformas o programas que amenazan sus
privilegios (por ejemplo, reformas fiscales progresivas, políticas de
redistribución o medidas de protección ambiental que afectan a grandes
conglomerados empresariales).
b.
Manipulación de tiempos para favorecer intereses particulares: La dilación en la adjudicación de
contratos, la expedición de reglamentos o la firma de convenios permite
manipular los procesos para beneficiar a determinados actores.
c.
Cooptación institucional: La colonización de los entes de control y de las oficinas
clave de la administración por parte de mafias políticas permite que se utilice
la procrastinación como mecanismo de chantaje, extorsión o captura de rentas
públicas.
d.
Negligencia corrupta: La pasividad deliberada frente a actos de corrupción o a fallas
administrativas graves es en sí misma una forma de corrupción: quien no actúa a
tiempo para corregir o denunciar se convierte en cómplice.
La procrastinación, cuando se institucionaliza, configura una
red de complicidades que blinda a los actores corruptos y obstaculiza las
transformaciones que demanda la sociedad.
5. Efectos sobre la eficiencia, eficacia y economía de las
políticas públicas
Desde la perspectiva de la gestión pública, la
procrastinación destruye los tres pilares de una administración orientada a
resultados:
1.
Eficiencia: Los
recursos se utilizan de manera subóptima. Los procesos se alargan
innecesariamente, aumentando costos administrativos y desperdiciando
oportunidades.
2.
Eficacia: Los objetivos de las
políticas no se alcanzan o se logran de manera tardía, perdiendo impacto y
relevancia.
3.
Economía: Los costos finales de la
acción pública se disparan. Problemas que podrían haberse resuelto con una
intervención oportuna requieren luego medidas costosas y reactivas.
Además, los costos políticos de la procrastinación son
considerables: erosiona la legitimidad de los gobiernos, alimenta el cinismo
ciudadano, fortalece narrativas populistas que explotan el desencanto popular y
debilita la democracia representativae impide elejercicio de la democracia
participativa.
6. Romper el círculo vicioso: hacia una gestión pública
proactiva y ética
Combatir la procrastinación en la gestión pública no es tarea
fácil. Requiere una transformación cultural profunda y reformas institucionales
audaces. Algunas claves para avanzar en esta dirección:
1)
Reforzar los sistemas de planeación y seguimiento: Los planes de desarrollo deben
contar con indicadores claros, cronogramas rigurosos y mecanismos de evaluación
que permitan detectar y corregir demoras injustificadas.
2)
Establecer sanciones para la negligencia y la inacción: La procrastinación deliberada en la
gestión pública debe tipificarse como falta grave, con consecuencias
administrativas, disciplinarias y penales cuando afecte derechos fundamentales.
3)
Fomentar la ética pública y el liderazgo transformador: Es urgente promover una nueva
cultura de servicio público basada en la responsabilidad, la diligencia y el
compromiso ético. Los liderazgos políticos y administrativos deben ser ejemplos
de proactividad.
4)
Fortalecer el control social y la transparencia: La ciudadanía debe contar con
herramientas efectivas para exigir rendición de cuentas y monitorear el avance
de los planes de desarrollo. La participación activa de la sociedad civil es el
mejor antídoto contra la procrastinación gubernamental.
5)
Blindar las políticas públicas frente a la captura corporativa: Se requiere diseñar instituciones
autónomas y resilientes que garanticen la ejecución oportuna de políticas
clave, especialmente aquellas que protegen derechos fundamentales, más allá de
los vaivenes políticos o de las presiones de los grupos de interés.
En síntesis, la procrastinación en la gestión pública no es
un vicio menor: es una práctica que mata, excluye y profundiza las injusticias
sociales. Cuando los gobiernos procrastinan, niegan derechos, agravan la
pobreza, perpetúan desigualdades y dinamitan la confianza de la ciudadanía en
las instituciones democráticas.
Pero aún más grave: cuando la procrastinación se convierte en
estrategia deliberada, se transforma en una forma sofisticada y solapada de
corrupción, invisible en las auditorías tradicionales pero devastadora en sus
efectos sociales.
Superar este flagelo exige un compromiso político, ético y
cultural de primer orden. Solo gobiernos proactivos, transparentes y
profundamente comprometidos con el bienestar de la ciudadanía podrán cerrar el
ciclo perverso de la procrastinación y construir Estados más justos, eficaces y
democráticos.
CARLOS MEDINA GALLEGO
Historiador y Analista Político
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