Movilización Fractal y
Explosión Popular
Una reflexión sobre la
protesta legítima en Colombia
CARLOS MEDINA GALLEGO
Docente – Investigador
Universidad Nacional de
Colombia
Movilización fractal y explosión popular
Caracterizar el movimiento de la protesta social fractal, entendida
está, como una particular forma de la
protesta social legítima que, en el marco de los problemas estructurales de la
sociedad, repite de manera semejante el mismo patrón de protestas a diferentes escalas y con diferente
orientación, dependiente en lo esencial de las especificidades de los
territorios y de las poblaciones, así como, de la multitud de agendas
reivindicativas y transformadoras expresadas en una coyuntura específica frente
a un problema particular que adquiere distintos componentes conforme se va
transformando en sus propósitos y en sus dinámicas, es un primer acercamiento para
explicar lo que está ocurriendo en las últimas décadas en Colombia y en general
en América Latina.
Este modelo de resistencia y movilización fractal tiene unas
dinámicas particulares que irrumpen con fuerza a través de la movilización
multitudinaria y pacífica, acompañada de explosiones de inconformidad popular por
fuera de todo ordenamiento que constituye
una fuerza de no fácil control y coordinación realizada con desiguales niveles de intensidad en los
territorios, por los pobladores articulados a distintas expresiones de
organización e intereses y, que se
disuelve y reactiva de manera permanente a través de distintas expresiones de
movilización pacífica cargadas de imaginación, creatividad, fiesta, arte y
poesía, con bloqueos y hechos de
violencia aislada.
La particularidad de estas formas de la protesta social y la
movilización en general es que se expresan de la misma forma o estructura en todo lugar, sin que
necesariamente estén bajo un único centro de coordinación y articulación, lo que genera que se den a diferente escala,
con distintos propósitos y duraciones. Se expresan como pálpito acumulado de la
inconformidad social que explotan a distinto nivel, ligeramente deformados por
hechos delictivos o de violencia de naturaleza variada, que van desde el convencimiento
que el Estado solo entiende y atiende el lenguaje de la violencia, usada como
amplificador comunicativo de la protesta, pasando por violencias de
desesperanza y hambre que se expresan en el saqueo a almacenes de alimento y
ropas o actos de delincuencia común oportunista que asaltan los propósitos de
la movilización y la deslegitiman, hasta
la violencia institucional infiltrada de confrontación y ruptura con
propósitos dispersores o, la violencia institucional abierta que se expresa en
el ejercicio de la brutalidad policial y las prácticas de criminalidad y
terrorismo de estado con fuerzas parapoliciales y paramilitares que operan en
connivencia.
Causas y determinantes de la movilización
La
legitimidad de la movilización se construye desde las causas y determinantes
que la generan, unidas siempre, a la defensa de los derechos fundamentales que
garanticen una vida digna de los ciudadanos y sus familias, la defensa de las
poblaciones y sus territorios, las luchas reivindicativas de los movimientos
sociales y étnicos, las reivindicaciones específicas de los movimientos
juveniles, universitarios y populares,
la creciente movilización por causas ambientalistas y de género, la conformación de nuevas ciudadanías con sus
propias agendas entre un centenar de motivaciones que buscan confrontar las políticas públicas
restrictivas de derechos, la conversión de estos en mercancías por la vía de la
privatización neoliberal y, cada vez más,
la creciente situación de desesperanza e incertidumbre generada por los
problemas estructurales de la pobreza multidimensional, el hambre crónica y el
desempleo absoluto.
Amplios
sectores de la población se sienten a la deriva de cualquier posibilidad de
vida digna, desconocidos e ignorados por la sociedad y el estado, atropellados
por políticas económicas criminales que los arrojan a las redes de la
informalidad y la delincuencia, al rebusque diario para la subsistencia, a
economías subterráneas de expoliación criminal, a la degradación extrema de sus
condiciones de existencia en un modelo moderno de esclavismo indigente. A estos
sectores se están sumando trabajadores de las clases medias articulados a los
sistemas productivos por relaciones laborales y prestacionales precarizadas que
ven derrumbarse en el día a día, entre el endeudamiento y la necesidad, su
nivel de vida digna y el espectro de sus comodidades sostenidas con grandes
esfuerzos e incertidumbres. Nadie está libre del empobrecimiento creciente que
es consustancial a las relaciones de poder económico y político que domina y
gobierna el planeta a través del capitalismo neoliberal que ha construido un
orden de desigualdad, inequidad y exclusión insostenible.
Las
condiciones de violencia estructural en que viven las poblaciones con el
recorte permanente y sostenido del ejercicio de sus derechos a la vida,
alimentación, vivienda digna, educación, salud, recreación y seguridad han
alimentado durante años su inconformidad popular y social, que ha sido
adormecida por falsas promesas de los gobernantes con la estrategia de engaño y
alienación de los medios de comunicación, la instrumentalización emocional del
odio contra sí mismos y sus semejantes en una execrable discriminación entre
las “gentes de bien” y las “gentes del común”, consideradas como un lastre y
desechables.
Esas gentes
del común han acumulado su inconformidad y sus rabias durante décadas y han
madurado en el convencimiento de que el Estado y los gobiernos, no resuelven
nada, no atienden sus demandas, no cumplen los acuerdos y cada vez de manera más
inaceptable e irresponsable impulsan políticas públicas y reformas
profundamente lesivas, que aumentan el empobrecimiento al nivel del hambre
extrema obligando a la movilización y a la protesta social y ciudadana como
única salida.
La
explicación de las causas de la movilización y la violencia por parte de la
institucionalidad siempre es la misma: atribuir a la movilización una
estrategia desestabilizadora, una conspiración internacional contra la sociedad
y el Estado; la existencia de intereses políticos ocultos para colocarse contra
el orden institucional y legal, entre otro mundo de falacias que desconocen que
son sus políticas, sus subordinados planes de desarrollo a las economías
extractivistas y a los interés transnacionales los que han ido generando esta
bomba de tiempo que explota en las protestas y en la movilización y que cada
vez es más difícil de detener porque no existe desde ese modelo de explotación
ninguna oferta de salidas. Lo que ha hecho crisis es el modelo neoliberal y que
esa crisis se vea reflejada en el espejo de la protesta y la movilización
social. El modelo neoliberal es estrecho
para esta sociedad y sostenerlo es posible únicamente, a través de la fuerza. Se
utilizan las armas de la nación contra la nación misma. No se sabe si es el fin
del modelo neoliberal, lo que se sabe es
que es el tiempo de la resistencia popular y los cambios urgentes y necesarios.
El hambre
derrotó los miedos…
Cuando la
gente del común se pone en la primera línea de la protesta y la movilización
popular, se entiende que lo que la
motiva es el hambre. No existe otra opción que las vías de hecho para llamar la
atención, este es un movimiento que es necesario entenderlo en su propia
lógica. Desde luego que hay cientos de agendas, variadas y diversas, pero
detrás de todas lo que está en juego es la vida misma, como vida digna, como
derechos fundamentales.
Estamos en
una coyuntura muy particular en la que se mezclan los problemas estructurales
con las especificidades de la coyuntura. Hay una expresión de la inconformidad
y el hastío de la pobreza y el empobrecimiento creciente en el país, que se
articula y se manifiesta frente a un paquete de reformas que sucumben ante las
necesidades del hambre y la pobreza. Mas allá de la reforma tributaria, a la
salud, laboral o pensional lo que habita en la protesta es la rabia del hambre
y esa rabia se ha desprendido de todo miedo, porque cuando la única oferta de
vida que existe es la muerte, entonces la muerte pierde el sentido aterrador
que tiene y se vuelve causa de vida y de protesta.
La
instrumentalización criminal de la fuerza pública por el gobierno del
presidente Iván Duque y su coalición, no muestra otra cosa que su incapacidad
para encontrar salidas distintas a la utilización de la violencia y esto lo ha
entendido la población en la protesta, que con la construcción de las primeras
líneas ha perdido todo temor a la acción criminal de la fuerza pública y con
desproporcionalidad absoluta busca enfrentarla con imaginación. Ha ocurrido
algo inédito en la historia de la protesta y la movilización ciudadana, le han
traslado el miedo a la fuerza pública que es ahora, una fuerza temerosa actuando
con torpeza bajo la dirección de mandos irresponsables que miran el espectáculo
desde los puestos de mando unificado o los centros de operaciones, cuando no
por los televisores donde los noticieros tuertos, mirando los conflictos desde
el ojo de los intereses dominantes.
La
población que está en las calles estuvo durante décadas rumiando su rabia y
desesperanza en la intimidad de los dolores de sus necesidades, el fin parcial
de la guerra a través del proceso de paz, dio origen a un periodo de transición
cuya característica más sobresaliente es que la gente del común retomó las
banderas de la movilización y la protesta y se lanzó a las calles libre de toda
estigmatización. Al miedo lo derrotó el
hambre.
Las movilizaciones son un producto del
proceso de paz, porque en el inconsciente colectivo surgió la necesidad de
superar el miedo, tomar sus propias agendas reivindicativas y propiciar la lucha
política y transformadora. La agenda de los movimientos sociales es
independiente de las guerrillas, hay una maduración en la sociedad y la
juventud para salir a movilizarse o participar y no optan por la violencia como
forma de lucha sino la presencia multitudinaria en las calles. Esa juventud ha
generado una esperanza muy grande que, aunque se expresa espontáneamente no se
expresa mayoritariamente en torno a formas organizativas convencionales, ni a
las prácticas de violencia. Hay una guerra sucia contra la movilización social,
criminal y calculada desde el Estado y eso hay que detenerlo.
No hay que perder de vista que este es
un gobierno ultra neoliberal con políticas exacerbadas neoliberales que la
pandemia puso de relieve con todos los indicadores de pobreza y hambre en un
proceso de enriquecimiento y acumulación descarada de las élites económicas
soportado sobre prácticas de violencia institucional y es contra esto, que se
está enfrentando la sociedad movilizada. La corrupción y la guerra son el
mecanismo de manejo del poder del Estado en el actual gobierno, es un narcoestado,
capturado por las élites emergentes que se sometió a las élites tradicionales
corruptas. La estrategia de la guerra
contra el narcotráfico se dirige contra la sociedad. Un gobierno débil,
autoritario y en declive es muy peligroso porque recurre con más fuerza a la
violencia, utilizando todo su potencial criminal de la ley y de la fuerza.
La
salida: Un laberinto de búsquedas
Los que
están en las calles son los jóvenes de Colombia y los sectores populares,
estamos hablando de una multitud dispersa que se convoca a la movilización
desde distintas consignas y a través de distintos medios. Las formas y las
maneras en que se organiza la gente son muy diversas, así como las formas de
protección que se están construyendo. La protesta se dirige contra símbolos que
representan la opresión y son la razón de la inconformidad de los sectores
populares.
No es una
protesta desestabilizadora es una protesta de agendas reivindicativas diversas
que han sido incumplidas por décadas y, esta situación hace que no haya una fórmula
para resolver este problema, hay incertidumbre en relación con las salidas,
porque hay rabia y hastío contra la institucionalidad y hay incredulidad
absoluta, en un escenario de usurpaciones de la representatividad legítima.
Ahora no funciona
la simulación de un diálogo con fuerzas que no representan a nadie, para luego
incumplir acuerdos o llenar el imaginario de promesas desmovilizadoras. Es
necesario entender a profundidad la naturaleza de la protesta para poderle dar
una salida.
En las
últimos tres décadas en Colombia se han generado unas circunstancias de
victimización que fueron reconfigurando las lógicas de la protesta. Las
ciudades se han tocado en sus realidades y se han desprendido de la comodidad
de lo urbano en un contexto donde la guerra estaba en lo rural. Los medios
digitales nos pusieron en tiempo real frente a la movilización y la violencia y
han generado una dinámica de solidaridad no solo nacional sino internacional.
El volumen de información que circula por las redes pone en evidencia la
crudeza del comportamiento institucional frente a la protesta, la barbaridad
policial, la presencia militar, los desgarradores hechos de tortura, la violencia
y la muerte.
Estos
hechos han conmovido al planeta. La
movilización está regada por el mundo en las principales ciudades de Estados
Unidos, Europa, Asia y América latina; se ha manifestado la solidaridad mundial
en plazas, calles, sitios emblemáticos y en las puertas de los consulados y
embajadas han levantado las banderas de la Colombia enlutada y herida por el
terror del Estado. La protesta ha convocado pronunciamientos de la alta
comisionada para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, de la Comunidad
Europea, del responsable de los Derechos Humanos del Congreso de los Estados
Unidos, de la comunidad académica e intelectual del mundo, de los premios nobel
y ha llenado los más importantes noticieros y periódicos del mundo. El único
que no ha entendido la dimensión de la protesta es el gobierno autista, experto
en engaño y simulación, del presidente Iván Duque Márquez.
La
protesta y la comunidad internacional reclama con urgencia la desmilitarización
de las ciudades, parar la violencia desbordada y criminal en la ciudad de Cali,
llevar la educación política a las calles en el camino de consolidar una nueva
cultura política ciudadana centrada en la defensa de los derechos.
En las
calles están los hijos y las hijas de los éxodos y las desesperanzas. Están los
jóvenes de las universidades de todas las clases al lado de los sectores
populares, rechazando la época que se les quiere heredar porque es una época de
pobreza, hambre, desempleo y deshumanización.
Hay una
rebeldía urbana-rural que ha coincidido en un mismo propósito de movilización
que obliga a pensar en un escenario transformador porque la oferta de solución institucional
no es la que reclama la sociedad actualmente.
La calle se
ha convertido en un lugar para la democracia descalza. El barrio y la vereda
están entrando en la geopolítica y las políticas de seguridad global y los
escenarios de la disputa política democrática. Hay que releer el mundo y pensar
en las lógicas políticas que están asumiendo los poderes económicos y la extrema
derecha. Hay que superar la dialéctica de los odios premodernos en la que nos quieren
mantener enfrentados y sometidos.
Sí, lo que está pasando en el país es un
estallido popular, pero este estallido no va a permanecer eternamente en las
calles, se va a mover entre la movilización efectiva y la movilización latente,
es necesario encontrar una salida que conserve la capacidad de movilización de
la gente. El movimiento se aplacará un
poco, pero resurgirá con frecuencia contra un Estado social de Derecho que
niega los derechos y reprime.
Este es un momento difícil, seguramente
algunos sectores quieren resolver sus problemas de manera definitiva. Es un
momento de crisis crónico de grandes incertidumbres. El gobierno está ganando
tiempo para poder enfrentar este proceso. Está buscando impulsar el proceso de
refundación de la patria que se planeó desde la década de los noventa entre las
clases emergentes, el narcotráfico y el paramilitarismo y se la va a jugar toda
por defender ese proceso de captura criminal del Estado.
Teniendo presente estas circunstancias es necesario construir una
ruta para sortear las demandas en torno a las cuales se mueve el PARO NACIONAL
a partir del reconocimiento de todas las fuerzas y agendas que participan en
él, que no son solamente de las organizaciones políticas, los movimientos
sociales y el Comité Nacional de paro. Para garantizar esa participación
amplia es necesario que el estado en su conjunto, esto es, el estado nacional,
departamental y municipal, convoque mesas de conversación y acuerdos con los
organizadores y representantes de la movilización social en los
territorios.
No sólo hay que atender la agenda central, sino, igualmente las
agendas regionales qué son las que constituyen las reivindicaciones más sentidas
de las poblaciones que se han movilizado. Hay que sentar en esas mesas al
protagonista central de estas movilizaciones y quién ha puesto la mayor cuota
de sacrificio, la juventud universitaria y popular para atender sus reclamos y
darles protagonismo en las soluciones.
Hay que colocar al centro de la solución tres problemas que son
estructurales: la pobreza, el hambre y el desempleo. La situación económica de
los colombianos obliga a tomar en consideración la propuesta de RENTA
BASICA.Las reformas a la salud, laboral y pensional deben ser el resultado de
un larguísimo proceso de conversaciones y de consensos con todos los sectores
de la sociedad, trabajadores, empresarios y pensionados.
Una reflexión especial y un acuerdo al respecto debe resultar del
tratamiento del comportamiento de la fuerza pública frente a la legítima
protesta y esto obliga a determinar la regulación efectiva del uso de las armas
en el marco del ordenamiento constitucional. De este punto se deriva
necesariamente una reforma a las fuerzas militares y de policía que les permita
cumplir de manera efectiva con su misión constitucional y la salvaguarda de los
derechos humanos en el camino de recuperar el ordenamiento legal la legitimidad
de la qué debe gozar, por el reconocimiento que la población hace de su
desempeño.
Es muy importante mantener en alto el
optimismo y el entusiasmo de la movilización legítima y pacífica como un
patrimonio de una sociedad que se construye en la ampliación de la democracia
descalza y llamar la solidaridad permanente de las Naciones Unidas , el Comité
de la Cruz Roja y la comunidad internacional para que actúen en solidaridad con
las comunidades y demanden al Estado por la política oficial de abuso policial
generalizado que opera en todo el país que ya tiene muertos, desaparecidos, violación
sexual y un elevado número de heridos. Las organizaciones de Derechos Humanos
tienen la responsabilidad de evidenciar los hechos de violencia institucional y
llamar el acompañamiento internacional.
La movilización no va a detener sus pálpitos de protesta legítima,
se va a mantener de manera constante en los próximos años en la historia del
país hasta encontrarse con la satisfacción de derechos fundamentales. Hay una conciencia mayor de la población en
las razones de la movilización de las comunidades.
Es necesario entender este momento, poder explicarlo e
interpretarlo correctamente, para poder actuar adecuadamente conforme a las
exigencias del momento concreto.
Hay que ponderar en alta estima la solidaridad ciudadana de los
profesionales de la salud y la valentía de la juventud. Esta movilización no
atiende a ninguna agenda reivindicativa, es la explosión de años y décadas de
abusos de la explotación a la que ha sido sometido el pueblo. Este es un movimiento por la dignidad y
contra la violencia criminal y opresiva del Estado y las élites políticas y
económicas del país.
Referencias. Este artículo se escribió con las notas
de investigación del autor que han dado origen a varios textos a lo largo de
las últimas semanas en particular Colombia: Resistencia y movilización
Fractal, publicado por la plataforma analítica de El comején, en
Europa; Diez ideas fuerza para construir una salida. Así como las reflexiones
realizadas al respecto de la movilización en Aula Libre y en el Centro de
Pensamiento. Punto de Encuentro.